En días pasados la
cúpula de los obispos españoles ha afirmado mediante declaración solemne ante
los medios de comunicación que es necesario mantener la unidad de España.
Arremeten así contra las aspiraciones nacionalistas de Cataluña, País Vasco o
cualquier otra entidad que reivindique el derecho de autodeterminación. Y lo
hacen apelando a la unidad e España, una unidad, según ellos, labrada por la
historia, que constituye un logro irreversible.
Semejante declaración
necesita, ante todo, una aclaración: la postura de los obispos no guarda
ninguna relación con el Evangelio de Jesús y, por tanto, no tiene nada que ver
con la fe cristiana. Así lo han dicho, muy acertadamente, los obispos
catalanes. Éstos han recordado a Rouco y a sus seguidores que la unidad de
España nada tiene que ver con la fe, que de ésta no se deducen opciones políticas concretas. Es decir, si
España ha de ser indivisible, o federal, o autonómica, o separarse en diversos
estados-nación, o lo que sea, es algo que no es deducible del mensaje
evangélico y que el espíritu de éste deja abiertas todas las posibilidades. Todas
las opciones son legítimas y todas defendibles, por tanto, ninguna ha de ser particularmente
promocionada desde la fe.
No obstante, todo
quedaría en una cosa de niños si el problema fuera simplemente que los obispos
españoles han cometido un error teológico. El problema es mucho más grave.