Os dejo esta reflexión del sacerdote y teólogo José María Castillo sobre el clamoroso silencio de los obispos ante tantas injusticias sociales y la dolorosa situación de millones de personas en nuestro país. Él lo ha titulado "Pecado de omisión".
Van en aumento las voces que se quejan, se lamentan y
claman escandalizadas por el inexplicable silencio de los obispos ante
la situación social y política de España que se agrava por días. Y que
nadie me venga diciendo que los obispos lamentan el sufrimiento de los
parados y el dolor de los inmigrantes… Pues estaría bien que, ante
hechos tan clamorosos, no dijeran ni pío. ¡Qué menos que pronunciar
quejas genéricas sobre el tema!. Los que las pronuncian son los primeros
que saben que eso no les va a causar ningún problema a ellos. Como no
les va a resolver tampoco ningún problema a quienes se están hundiendo
en el dolor de un futuro fatal e inevitable, si es que seguimos por el
camino del desastre por el que nos llevan los responsables actuales de
la política y la economía de España (sigue...).
Dicho esto -y como se
trata de hombres que manejan con soltura el tema del pecado, en el que
son expertos-, del pecado quiero decir algo que me parece determinante
en este momento. Me refiero al “pecado de omisión”. Un tipo de
pecado del que poca gente dice que, en ese asunto, tiene la conciencia
tranquila. Y sin embargo, con el Evangelio en las manos, enseguida se da
uno cuenta de que es un asunto muy serio, demasiado serio. Me explico.
Según el relato solemne del “juicio final”,
tal como lo presenta el evangelio de Mateo (25, 31-46), la sentencia
condenatoria, contra los que se perderán para siempre, no será por “lo que hicieron”, sino por “lo que no hicieron”. Exactamente por sus pecados de omisión: “Tuve
hambre y no me disteis de comer, tuve sed y no me disteis de beber,
estaba desnudo y no me vestisteis, estaba en la cárcel y no fuisteis a
verme, era extranjero y no me acogisteis…”. A todos estos desgraciados, los que se condenan no les hicieron daño alguno. Simplemente, se limitaron a dejarlos como estaban.
No movieron ni un dedo para sacarlos de su situación.
Exactamente lo que está pasando, ahora mismo, con millones de
ciudadanos españoles. Y quiero dejar claro que el recurso a lo mucho que
ayuda Cáritas (y otras ONG) no justifica el silencio y la pasividad de
nuestro obispos. Porque los que sufren las consecuencias de la crisis no
quieren vivir de la “caridad”. Lo que claman y exigen es que se les haga “justicia”.
A mí se me caería la cara de vergüenza si cada día tuviera que acudir a
la oficina de Cáritas por el plato de comida. Aparte de que hay asuntos
muy graves que no se resuelven en Cáritas: la sanidad, la educación, la
igualdad de derechos con sus correspondientes garantías…
Pero hay más. Porque Jesús, además de lo que dijo en lo del juicio final o “juicio de las naciones”,
se despachó a base de bien en la parábola del rico epulón y Lázaro (Lc
16, 19-31). La parábola es tajante. Porque, en realidad, el rico no le
hizo ningún daño al pobre Lázaro. Ni siquiera lo echó del “portal”
de su casa, que lógicamente afearía la entrada a la mansión de un señor
que vestía y comía con tanto refinamiento. Pues no. Lo dejó allí, tal
como estaba. Y eso fue su perdición. Que es justamente lo mismo que
Jesús censura en la parábola del buen samaritano (Lc 10, 25-37). Si el
texto se lee con atención, enseguida se comprende que Jesús no denuncia
la conducta de los bandidos que apalearon y robaron al desgraciado
caminante. La crítica mordaz de Jesús va contra el sacerdote y el
levita, que vieron al herido que se desangraba en la cuneta del camino,
dieron un rodeo, y pasaron de largo. Aquellos clérigos no le hicieron
daño alguno al moribundo. Simplemente lo dejaron como estaba.
Mucha gente se pregunta por qué muchos obispos, y tantos hombres de Iglesia, se quejan de “otros”
pecados, mientras que, en las situaciones límite que millones de
criaturas están viviendo en este país, se limitan a decir que es una
pena, un dolor…, pero que también es verdad que la Iglesia es Madre y
ayuda a más de lo que mucha gente se imagina. Pero el hecho es que la
Conferencia Episcopal Española sabe perfectamente que, en esta situación
concreta, tiene un poder que no ejerce.
¿Será porque le debe mucho al Gobierno que manda?.
¿Será porque espera mucho de él?. Sea lo que sea, ahí están los que
sufren las peores consecuencias de la crisis, al tiempo que las
ganancias de banqueros y empresarios se mantienen a “un buen nivel”.
¿Y seguimos callados o, a lo sumo, apelando a lo que hace Cáritas? ¿No
estamos haciendo la vista gorda, como supieron hacerla el sacerdote y
el levita de la parábola evangélica?.
A no ser que el “pecado de omisión” se piense suprimir de la lista de pecados por los que, según los moralistas (“como Dios manda”),
hay que confesarse. En ese caso, que lo digan quienes tienen autoridad
para decirlo. Y entonces, ya todos asistiremos al desastre de nuestro
país y de nuestra Iglesia, pero eso sí, con la conciencia tranquila.
José María Castillo Sánchez
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