Estos días de Pascua han
estado marcados por el relato evangélico en el que Jesús nos muestra a Dios como un pastor que sale a buscar a la oveja perdida. ¡Una
oveja perdida! ¿Es que acaso me puede decir algo a mí esta imagen
sacada de un contexto agrícola-ganadero? Como mucho, ¿no veré este
relato como algo bucólico e idealizado, típico de la literatura
pastoril? Y, sin embargo, esta "oveja perdida" ha entrado con mucha fuerza en mi vida
estos días. Se lo debo a unas reflexiones que ha compartido con
nosotros Mikel, un franciscano que acompaña a nuestra comunidad a través de la meditación de la Palabra de Dios.
La clave ha sido entender
que la oveja perdida representa todas aquellas zonas que hay dentro
de mí y que están “perdidas”, porque vagan sin rumbo, sin
dirección, enredadas en el remolino de mi propio yo. Son las partes
de mí que están dominadas por sus obsesiones y sus miedos; las
áreas que están oscuras por la sombra y que me asusta mirar; las
zonas marcadas por mis complejos e inseguridades; los espacios
ocupados por la soledad y el vacío; los territorios donde campa mi
incapacidad de amar; lugares, en definitiva, donde, ya sea por las
heridas de la vida, ya por mis propios pecados, lo que hay es desamor
y, en consecuencia, infelicidad (sigue...)