Pocas palabras se han desprestigiado tanto como la palabra utopía. Y, no obstante, pocas necesitan tan urgentemente ser recuperadas en nuestro lenguaje.
La palabra utopía ha sufrido un desgaste permanente por parte de los ideólogos del sistema neoliberal, con la intención de desactivar la fuerza revolucionaria que encierra. La primera manera de anular la palabra utopía ha sido haciéndonos creer que utopía es sinónimo de imposible, idealista y, por tanto, cosa de tontos e ingenuos. En este sentido, ser utópico es no tener los pies en la tierra, tener ideas estúpidas en la cabeza, decir insensateces. Pero el sistema ha dado un paso más: por si acaso no fuera suficiente comparar la utopía con lo absurdo, se ha pretendido identificar la utopía con los beneficios materiales. De ese modo, la utopía, el sueño, es llegar a tener un magnífico coche, una televisión de plasma, el móvil de última generación y unas vacaciones en Bali. No es de extrañar que, hace unos día vi un spot publicitario que, bajo el lema del mayo del 68 “seamos realistas pidamos lo imposible”, anunciaba un coche. Así, la utopía se identifica con la sociedad de bienestar y consumo (sigue...)