lunes, 21 de marzo de 2011

Pueden pero no quieren


Una vez pedí a mis alumnos que escribieran en un papel la lista de asignaturas con las notas que ellos creían, con honestidad y realismo, que eran capaces de obtener. Tras los resultados de la evaluación se observaba una clara discrepancia: salvo casos contados, los alumnos habían obtenido unos resultados muy inferiores a los que cabían esperar. La clase arrojaba una media de 2,5 suspensos por alumno, y el 50% de ellos habían empeorado respecto a la anterior evaluación.
Ante esta enorme diferencia, intenté averiguar dónde estaba la causa. Se apuntaron tres posibles explicaciones: o bien se habían sobrevalorado y, en realidad, no eran capaces de alcanzar las notas que decían, o bien el problema eran los profesores, que habían explicado mal o puesto exámenes difíciles, o, por último, lo que sucedía es que, teniendo capacidad, en el fondo no querían estudiar (sigue...)
Uno a uno, por orden de lista, y de forma voluntaria, fueron diciendo cuál era la causa que más se ajustaba a su caso personal. Salvo una alumna, que se abstuvo, los demás aseguraron que la causa estaba en que no querían estudiar. Se mencionaron las dificultades con tal o cual profesor, pero, por abrumadora mayoría, estaban de acuerdo en que estudiar era un rollo, que pasaban de ello y procuraban hacer lo mínimo posible. Resumiendo: pueden, pero no quieren.
Me diréis que esto ya lo sabíamos, sobre todo quienes nos dedicamos a la profesión. Cierto. La novedad, al menos para mí, ha sido el grado de conciencia que los propios alumnos tienen de la situación: son perfectamente conscientes de que, pudiendo, no quieren estudiar y no están dispuestos a sacrificar nada para de dar de sí lo que verdaderamente pueden.
Y aquí está el meollo de la cuestión. En la película “El reino de los cielos”, el protagonista tenía escrito en la viga de su herrería la siguiente frase: ¿Qué hombre es aquel que no quiere mejorar el mundo? Me permito parafrasearla haciendo esta pregunta: ¿Qué persona es aquella que no aspira a dar lo mejor de sí?
Dejádme reproducir lo que les dije a los alumnos, casi a vuela pluma. Ante todo, les dije que me parecía inmoral tener al alcance de la mano unas capacidades personales y unos medios materiales para estudiar y, sin embargo, no querer hacerlo. Sobre todo es inmoral si se compara con la situación de nuestras generaciones anteriores, que no podían estudiar, o con la de millones de niños que en muchos países actualmente siguen sin poder estudiar.
Como esto les queda lejos, intenté hacerles ver que en un futuro no muy lejano ellos tendrán que salir de su casa y vivir su propia vida. Sus padres no siempre van a estar ahí para darles todo. Aunque ahora no les falta de nada y todo les viene dado, un día no será así.
Como esto parece ser que no acaban de creérselo mucho, les dije que el futuro que les espera será más difícil que el presente que viven. La actual crisis no es un accidente coyuntural. El mundo está cambiando, y el sistema está polarizando las clases: los ricos son más ricos y los pobres son más pobres. La clase media desaparece. La mayor parte de mis alumnos, clase media, veo complicado que lleguen a alcanzar el nivel de bienestar que ahora disfrutan en su familia. Unos poquitos lograrán subirse al carro de los ricos, y la mayoría bajarán al escalón de la clase baja. No les digo esto para que estudien, sean competitivos y así, como tiburones, lograr hacerse en hueco entre los triunfadores. Por ese camino la sociedad no tiene futuro. Lo que he intentado decirles es que el mundo que les espera será duro, exigirá lucha, renuncia, esfuerzo, capacidad de sacrificio y compromiso. En esta asignatura es en la que están suspensos.
Me explico. En el mundo que viene no vale con sacar el bachillerato y la posterior carrera. De eso hay a patadas. Ya se dice que hay que estudiar una segunda carrera, sacar un master y dominar un par de idiomas. Aún así, tampoco creo que esto valga. A parte de que, repito, no creo que sea el mejor camino. En el mundo que viene el éxito no lo medirá el grado de formación sino la capacidad personal para afrontar las dificultades de la vida. Y, repito, en esta asignatura están suspensos, sencillamente porque no se entrenan. No se entrenan en el esfuerzo, no se entrenan en el sacrificio, no se entrenan en saber poner metas a largo plazo, no se entrenan en luchar por algo que sea de interés común. Una generación así no podrá sacar adelante un mundo mejor. Antes bien, sucumbirá a las ruedas del sistema y serán carne de cañón.
Tampoco esto acaban de verlo. Lo entiendo: tienen 14 años y lo tienen todo. Por eso, mi reflexión quisiera dirigirla a nosotros, profesores, aunque también me encantaría hacerla llegar a todos los padres. Lo que nos jugamos es muy serio. Infinitamente más serio que saber matemáticas o historia; más grave que aprobar la ESO o engrosar la estadística del fracaso escolar. Lo que nos jugamos es el modelo de persona de nuestra siguiente generación. Repito la pregunta de antes: ¿Qué persona es aquella que no quiere dar lo mejor de sí?
La persona que no quiere dar lo mejor de sí ha decidido, sin saberlo, vivir encarcelado. Ha perdido su libertad. La libertad requiere de horizontes, y los horizontes, por definición, están “más allá”, hay que moverse para alcanzarlos. No es libre el que hace lo que quiere sino el que decide hacer lo que es mejor. “Lo mejor” constituye nuestro horizonte. Y a eso han renunciado nuestros jóvenes. No desean la excelencia. Y por excelencia no me refiero a tener un brillante expediente académico para luego ganar mucho dinero y formar parte de la casta superior. Por excelencia entiendo el afán por desarrollarse en todas las dimensiones de la persona hasta llegar a sentirse plenamente realizado. Excelencia es exprimir al máximo la capacidad que la persona tiene de ser más humana.
Por eso, la persona que no quiere dar lo mejor de sí, junto con la libertad, ha matado “el” deseo. Escribo “el” deseo entre comillas porque, hablando en propiedad, deseo sólo hay uno: ser más humano. Podrá ser sustituido por cosas deseables (dinero, fama, poder, bienestar, etc.) pero ninguna de ellas se identifica con “el” deseo. Ni lo sustituyen. Al apagar el deseo, estamos matando el núcleo más íntimo y sagrado de la persona. No quiero exagerar, pero esta generación sin deseo, esta generación que, sencillamente, no quiere lo mejor, lo que está logrando es apagar su humanidad. Seguirán viviendo, pero no hay futuro “humano” para ellos.
Pido perdón de nuevo, pero el asunto me parece de tal gravedad que todos nuestros planes escolares, conflictos salariales, programaciones, problemas de disciplina, jornadas laborales, etc. me parecen una menudencia (sin renunciar a atenderla, evidentemente). Planteado el tema en los términos que lo he hecho, la mayoría de mis compañeros dirá que es un asunto que depende de la educación que los chavales han recibido en la familia y que, por tanto, es un problema de sus padres. En general, creo que es cierto en buena parte. No obstante, también creo que tenemos cierta responsabilidad a la hora de valorar si hemos educado de verdad en una cultura del esfuerzo y el sacrificio que busca dar lo mejor de uno mismo. Nuestro modo de evaluar a los alumnos se centra en resultados numéricos (porque en nuestros días todo tiene que ser “objetivable”) que hacen que, con frecuencia, muchos que no se esfuerzan logren pasar, y otros que se esfuerzan mucho, se quedan en el camino. Y la meta de nuestras programaciones está centrada en alcanzar unos objetivos, donde son abrumadores los contenidos, en vez de centrarse en el alumno y el desarrollo personalizado de sus capacidades. Entendedme: no estoy echando la culpa  a los profesores, entre los que, además, me encuentro. Lo que digo es que el modelo de enseñanza no está diseñado para la excelencia en el sentido de que cada persona dé lo mejor de sí, sino que está pensado para la “excelencia” (dudosa) de adquirir unos conocimientos que nos serán exigidos para entrar en la rueda del sistema socioeconómico. Y nosotros estamos en el engranaje. Con mayor o menor responsabilidad.
Pero no se trata de analizar de quién es la responsabilidad, sino de ver qué se puede hacer. Es como aquel que se estaba ahogando en un río que era frontera entre dos Estados. Mientras se ahogaba, dos policías, uno en cada orilla, discutían sobre a quién le correspondía jurisdiccionalmente emprender el rescate. Obviamente, se ahogó.
Es cierto que hay profesores que piensan que esta labor escapa a sus competencias, que su profesión es enseñar una asignatura y que lo demás es tarea de los padres. Respeto esta opinión, la entiendo, aunque, a grosso modo, no la comparta. En el otro extremo, hay padres que han delegado su función en los profesores, han dimmitido de educar a sus hijos, y creen que somos nosotros los que debemos educarlos. Esta opinión  ni la comparto ni la entiendo. Pero, quizás, como suele ocurrir, la solución esté en el medio: padres y profesores juntos. 
Es un tópico decir que padres y profesores deben ir de la mano coordinadamente en la ecuación de los hijos/alumnos. Lo he oído miles de veces, pero nunca he visto ninguna medida concreta que haga vislumbrar un pequeño atisbo de eficacia en este sentido. Hablamos, pero no actuamos. Y, para no correr el riesgo de generalizar, sé hay compañeros muy preocupados por éste y otros asuntos similares, y que procuran implicarse al máximo junto a los padres. Pero la medida que hay que tomar es a nivel de institución. Y no me refiero a un pacto global de estado por la educación (que sería lo deseable), sino, en concreto, al Colegio.
El Colegio debería elaborar un plan, junto con las familias, donde se tracen actuaciones concretas para educar en el esfuerzo, personalizar la educación y lograr que cada persona trabaje en la línea de dar lo mejor de sí. Un plan. Por escrito. Con acciones definidas. Verificable. Si de verdad, como solemos decir, la meta no es tanto aprender cosas sino ser mejores personas, todos nuestros planteamientos deberían dar un vuelco. Esta debería ser la opción educativa del Colegio y de los Padres. Esto es mucho más importante que el nivel académico que supuestamente se imparte aquí. Es más importante que la disciplina que vienen buscando.
¿Esto requeriría invertir dinero? Evidente. ¿Esto precisa reducir el número de alumnos del colegio, porque la actual cantidad va en detrimento de la calidad? Sin duda. ¿Esto exigiría que el profesorado asumiera un modelo educativo donde lo estrictamente académico contara menos? Imprescindible. ¿Esto necesitaría que dicho profesorado tuviera menos horas lectivas y se le proporcionara una formación de verdad útil? Urgente.
Permitidme la comparación: si a nivel económico tenemos que dar un giro en el sistema productivo-consumista porque estamos poniendo en riesgo la existencia en el planeta, a nivel educativo debemos dar un giro en nuestro modelo educativo (familiar-escolar conjuntamente) porque estamos poniendo en riesgo la capacidad de nuestros chavales de ser personas. Simple y llanamente, porque no quieren: han dejado de desearlo.
                                                                                                         
                                                                                                                           José Luis Quirós

2 comentarios:

  1. El problema, a mi entender, es aún más profundo: ni siquiera ya pueden, porque han perdido capacidad intelectual, de esfuerzo, de hábito de estudio... De modo que alumnos de 1º de la ESo no podrán nunca, por ejemplo, aprender a resolver una ecuación. (A no ser que lo necesiten por razones laborales, en definitiva para obtener dinero)
    Esa incapacidad no es general.Una amplia minoría ,al menos en ciertos colegios, estudia y se responsabiliza de sus estudios.
    Esto es así porque las familias en casa velan po ello.
    Por eso, creo que la máxima responsabilidad es de las familias, no tanto de los profesores, y, sobre todo, de las instancias políticas, incluso de la televisión. Nosotros, lo más que podemos hacer, es continuar siendo guardianes de una idea, por completo devaluada: el conocimiento es, por sí mismo, importante.
    Puede no ser económicamente rentable (o no todo lo rentable que se desearía), y puede no ser útil, pero ayuda a ser feliz.
    Sin embargo, creo que los profesores no somos psicólogos, no podemos suplir a las familias, no es nuestro cometido, y por ello, no podemos renunciar a impartir contenidos y saberes en los que somos especialistas, y que, por cierto, nadie más parece dispuesto a compartir.

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  2. El modelo basado en competencias básicas trata de mejorar el modelo actual de diseño curricular. Ahora hace falta que los profesores nos queramos implicar en el cambio metodológico que supone. Los alumnos viven en una realidad mucho más tangible que la propia escuela, y a veces nos falta pararnos a escucharlos, por lo que leo tú lo haces y les das la oportunidad de expresar sus expectativas e inquietudes. ¿Quién les acompaña en su uso de las tecnologías (que ya no son tan nuevas?, ¿quien les puede aconsejar sobre el uso de Redes Sociales sin ser usuarios de ellas? Los alumnos nos piden que nos actualicemos, que nos subamos a su carro con su velocidad real. El conocimiento es necesario, y lo que tenemos que enseñarles es que nunca se deja de adquirir, pero hagámoslo con el ejemplo, nosotros tenemos que seguir actualizando nuestras herramientas si queremos hablar todos en el mismo idioma, para compartir motivaciones que abran el camino a la necesidad de conocimiento. Un abrazo,

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Tranquilo, en breve estudiamos tu caso...