lunes, 21 de marzo de 2011

De las espigas a la desobediencia civil


“Tenían hambre”. Esta es la razón por la que los discípulos se ponen a arrancar espigas un sábado. Rompen así una norma, una norma sagrada. No es sagrada porque suponga un delito contra el “sagrado” derecho a la propiedad privada (podemos suponer que aquel campo tenía un dueño). Esta vez es sagrada en sentido estricto ya que los discípulos desobedecen una ley religiosa, aquella que da culto a Dios mediante la observancia del descanso sabático. ¡El culto a Dios, el primer mandamiento! Pero tenían hambre. Jesús recuerda a los fariseos que el mismísimo rey David había hecho lo mismo cuando, al sentir hambre, se apropiaron de los panes del Templo, depositados allí en ofrenda a Dios. La conclusión es clara: lo primero es el bien de la persona, lo segundo es la ley, por mi sagrada que sea. O, si se prefiere, lo primero es la persona, y la ley es “relativa”, es decir, sirve en la medida que sirve a la persona (sigue...)
En estos días se celebra la tradicional campaña de Manos Unidad contra el hambre. Nos recuerdan que millones de personas tienen hambre y mueren por ello. Todos sabemos que no es un problema de falta de alimentos. Es sabido que en el planeta hay alimentos para dar de comer a toda la población. Es un problema de predistribución de la riqueza, y dicha resdistribución está marcada por normas. Las normas de las cuotas de producción hacen que se tiren toneladas de alimentos para mantener una determinada política de precios. Las normas de la oferta y la demanda hacen que los productores del Sur reciban una miseria por lo que producen. Las normas del FMI son las que favorecen el que muchas poblaciones campesinas pierdan sus tierras a manos de alguna multinacional. Son las “sagradas” leyes del mercado. Estas leyes no sólo no favorecen el desarrollo de personas y pueblos sino que, más grave aún, son las que provocan su miseria y su muerte.
Si, en consonancia con el Evangelio, hasta la ley más “sagrada” está subordinada al bien de las personas, parece evidente que hay derecho a saltarse esas normas: un orden económico y político que permite el hambre, comete delito de omisión; pero, si además, lo produce y lo perpetúa a sabiendas, es “demoníaco”, en el sentido de que es contrario a lo que Dios quiere. Un orden así no obliga y puede ser desobedecido.
Vistas así las cosas, los campesinos pueden ocupar las tierras que garanticen la soberanía alimentaria de sus pueblos, o deberían desligitiamr a aquellos gobiernos que no realicen la indispensable reforma agraria. Vistas así las cosas, estados pueden nacionalizar los recursos naturales que están en manos de multinacionales depredadoras, o saltarse las leyes de patente para que millones de personas recuperen la salud que los medicamentos de precios prohibitivos se la niegan. Vistas así las cosas, los “sin techo”  pueden ocupar las viviendas vacías fruto de la avariciosa especulación, los inmigrantes tienen derecho a entrar en este país y disfrutar del derecho al trabajo, sin ninguna ley que le lo impida pidiéndole no sé qué papeles. Vistas así las cosas, la gente podría negarse a pagar impuestos si éstos son destinados a producir instrumentos para matar y mantener el gasto militar, en vez de realizar inversiones generadoras de vida.
Esto es desobediencia civil, ciertamente. Algunos lo tildarán de utópico, aunque la mayor objeción sería: ¿se puede hace esto sin violencia? Sí, se puede. La llamada a la desobediencia civil no es una invitación a la violencia. Es una llamada a transformar el mundo desobedeciendo, y sabemos que se puede desobedecer pacíficamente. Los discípulos de Jesús no atacaron a nadie para arrancar las espigas, ni Jesús se enfrentó con armas a los fariseos cuando le pidieron explicaciones. Ghandi desobedeció con la no violencia. El pueblo tunecino o el pueblo egipcio han desobedecido de forma pacífica. Ser violento no es desobedecer, sino hacer que otros obedezcan por la fuerza. Y eso es justo lo que se quiere combatir. Creo que no hay que tener miedo a llamar a la desobediencia civil en tantas y tantas normas y leyes que, en vez de procurar el bien de las personas, violan sus derechos fundamentales. Lo primero es la persona, y todo lo demás está a su servicio: de no ser así, está para ser desobedecido.

                                                                                                                       José Luis Quirós

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