La autoridad, en el sentido más llano del término, se refiere a la capacidad de mandar y ser obedecidos por otros. Suena un poco fuerte, porque hoy en día los términos “mandar” y “obedecer” tienen mala prensa, y parece que no pueden ser comprendidos más que en un sentido peyorativo.
Sin embargo, nos pasamos el día mandando y obedeciendo. Nos ocurre a los padres con nuestros hijos; a los profesores con nuestros alumnos; a los coordinadores con los profesores; a los encargados con los empleados; a los monitores con sus chavales; a los entrenadores con sus jugadores; y un largo etcétera.
Y a menos que seamos unos déspotas insensibles, a todos nos preocupa mandar bien y que nos obedezcan de buen grado. Y viceversa, si es a nosotros a quienes nos toca obedecer. Esa preocupación nace de la certeza de que hay un modo correcto de mandar y otro incorrecto. Dicho de otro modo: hay un modo de mandar desde la fuerza y otro desde la convicción. A este último es a lo que se llama “autoridad moral” (sigue...)