martes, 3 de abril de 2012

Tres sentidos de la muerte de Jesús

        Llegado este tiempo de Semana Santa, la fe cristiana se condensa en un díptico que tiene, por un lado, la muerte de Jesús y, por otro, su resurrección. En este primer texto hablaré de la muerte de Jesús. 
       ¿Por qué murió Jesús? y, sobre todo, ¿por qué es tan importante el hecho de su muerte? ¿Qué significado tiene? (sigue...)



1.- Solidario con la humanidad
Jesús fue un ser humano con todas las consecuencias, por tanto, tenía que morir, porque todos los seres humanos somos mortales. Cuando Dios se encarna, al hacerse hombre asume el hecho de que, tarde o temprano, como todo ser humano, él tendrá que pasar por la muerte.
Y es que si Jesús no hubiese pasado por la muerte ¿con qué “derecho” podría hablarnos? ¿tendría algo que contarnos? Es muy fácil hablar de lo que no se sabe o no se ha vivido... Nosotros vemos morir a nuestros seres queridos, y sabemos que también nosotros pasaremos por el trance de la muerte. Sin duda, la muerte nos hace cuestionarnos si Dios existe o qué tipo de Dios es. 
Pero Dios quiso pasar por las mismas experiencias que pasamos todos y cada uno de nosotros. Sólo quien vive en carne propia experiencias de dolor y sufrimiento es capaz de entender y, sobre todo, ayudar, a los demás. Si Jesús no se hubiese solidarizado con nosotros en este paso de la muerte, ¿cómo nos hubiera comprendido? Y si no nos comprende, ¿cómo va a amarnos? Y si no nos ama, ¿cómo iba a liberarnos?: sólo se ama lo que se asume.

2.- Consecuencia de sus palabras y acciones
Es cierto que Jesús, como todo ser humano tenía que morir. Pero, ¿por qué murió de forma violenta?
Jesús fue víctima consciente y deliberada de lo que dijo e hizo. La muerte de Jesús fue el precio de su libertad. Jesús denunció la injusticia y la opresión, atacó los pilares fundamentales de la sociedad en la que vivía y quiso ser consecuente hasta el final aún sabiendo que eso le traería el desprecio, la persecución y la muerte.
A Jesús le mató el poder religioso. Cuando una organización religiosa se constituye en “poder” tiende a dominar a las personas, su conciencia y sus actos. Los jefes religiosos esclavizan al pueblo en su propio beneficio y manipulan a Dios. Pero Jesús los acusa de hipócritas, falsos, ciegos y opresores. Y Jesús presenta lo que hace y lo que dice como si fueran las palabras y el modo de ser del mismo Dios en persona. No es de extrañar que las autoridades religiosas vieran en él a un blasfemo peligroso al que había que eliminar. 
A Jesús le mató el poder político. Jesús tenía un gancho popular que hacía temblar a los políticos. No conoce más ley que la que favorece a los hombres y mujeres. Habla de la vida, la dignidad, la libertad, la conciencia... Dice la verdad sin tapujos, denuncia, critica, abre los ojos a la gente... Ya conocemos otros ejemplos a lo largo de la historia de personas que han seguido un camino semejante; el final ha sido el mismo: estorbaban, eran un peligro, por eso, debían morir.
A Jesús le mató el poder económico. Jesús relativizaba todas las cosas y puso al ser humano por encima de todo como único valor supremo. Afirmó que el auténtico sentido de la vida está en la verdad, y que ésta se encuentra en la sencillez, la pobreza y el servicio. Denunció a los ricos y explotadores, arremetió contra el lujo, la comodidad, el triunfo, las apariencias, el derroche... Se enfrentó al ídolo del dinero, y él mismo por dinero fue vendido.
Jesús sabía que con su estilo de vida, con las obras que hacía, con el mensaje que predicaba, se enfrentaba a los grandes poderes que esclavizan y matan a las personas. Sabía que estos poderes no se quedarían cruzados de brazos, que le perseguirían e intentarían matarle. Podía haber pactado con ellos y llegar a un trato; podía haber huido cuando vio que las cosas se ponían feas; podía haber renunciado... Pero decidió ser fiel a lo que creía y predicaba, y eso le costó la vida.

3.- El mayor signo de amor
Sin embargo, todavía no hemos tocado el fondo mismo del misterio de la muerte de Jesús. Él no quería morir crucificado, pero, como deseaba ser consecuente hasta el final, no le quedó más remedio que "dejarse" crucificar. Desde el principio Dios ha querido revelar su amor al ser humano  para guiarlo hacia la felicidad plena. Él fue revelándose poco a poco a lo largo de la historia (ese proceso es lo que ha sido recogido en la Biblia) y cuando llegó el momento oportuno quiso darse a conocer en plenitud a través de Jesús. Dios quería enseñarnos su rostro, decirnos cómo era realmente, mostrarse tal cual es: misericordia y perdón, el Dios-Amor. Entonces, la mejor manera que tuvo de mostrarnos que era el Dios-Amor fue muriendo en una cruz, dando la vida.
La cruz es la palabra más elocuente que Dios ha pronunciado en sobre sí mismo. La cruz es el cúlmen de su revelación, el momento donde muestra su más profundo y auténtico rostro: el amor. Nos amó tanto que se hizo uno de nosotros, nos mostró el camino a seguir y lo hizo hasta dar su vida.
Y es que cuando una persona ama a otra, intenta demostrarlo con las obras, no sólo con las palabras; hace todo lo posible para que el otro sea feliz, busca siempre su bien, aun a costa de perder él mismo. Y si llegara el caso en que tuviera que ofrecer su vida por salvar la vida de la persona a la que ama, ese gesto será el signo supremo de su amor. Dice el evangelio: “Nadie tiene más amor que el que da la vida por sus amigos”. Por eso, Dios quiso revelarnos que él es amor y nada más que amor. Después de mucho pensar y darle vueltas, no encontró mejor manera de demostrárnoslo que muriendo en una cruz.

         En este triple sentido la cruz de Jesús es signo de salvación: porque Dios es solidario con nuestra situación, porque se enfrenta a la injusticia y la mentira, y porque ama hasta dar la vida. En la muerte de Jesús se revela un Dios que ama de todos los modos posibles. Un amor así, incondicional, sin barreras, es salvador: quien comprende este amor y lo acepta, se ve renovada y transformada como persona, empujada a amar del mismo modo.

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