domingo, 26 de febrero de 2012

El neofeudalismo



         Los actuales acontecimientos que estamos viviendo a nivel mundial, resumidos todos ellos en la palabra “crisis”, nos están empujando hacia un abismo que conduce directamente de nuevo a la Edad Media. Y no es sólo una forma de hablar, sino que, en verdad, empieza a perfilarse un sistema económico-social-político muy similar al que se impuso en la Europa del medievo. La característica principal de aquel sistema, denominado feudalismo, fue la desaparición de lo público y el ascenso del poder privado en todos los ámbitos de la vida. Dudo que haya un rasgo que pueda explicar mejor el mundo que actualmente está surgiendo de esta crisis: los poderes privados avanzan y “la cosa pública” se desmorona, despedazada bajo las garras de los voraces mercados. Es lo que he venido a llamar en el título el neofeudalismo...(sigue).


       El feudalismo fue un proceso de descomposición del poder de la monarquía, por el que las atribuciones regias fueron troceadas y repartidas (por los propios monarcas) entre los nobles más ricos y fuertes, todo ello enmarcado en el contexto de inseguridad y miedo de las Segundas Invasiones, y que redujo a la condición de siervos a sus habitantes.
      Aunque es cierto que las estructuras del sistema feudal venían fraguándose desde varios siglos atrás, el detonante que terminó de asentar el proceso fueron las invasiones de los vikingos, los eslavos o los musulmanes sobre diversos territorios de la Europa occidental. Esa Europa, en manos de Carlomagno, estaba intentando revivir el ideal del Imperio Romano: un solo territorio, un solo poder público, una sola ley, una misma cultura. Ese proyecto es conocido como “el sueño europeo” y ha sido referente para todas las futuras ideas europeístas.
A mediados del siglo IX, el sueño carolingio se desmoronó: su imperio se fraccionó y los territorios se vieron sometidos a una doble amenaza. Por un lado, las invasiones de los mencionados pueblos trajeron la destrucción, el saqueo, la inseguridad y el miedo. Por otro lado, la desaparición de las rutas comerciales arruinaron las arcas estatales y aquella sociedad quedó a merced de la única riqueza del momento: lo que producía la tierra. Desprovistos de recursos y enfrentados a una situación crítica, los gobernantes optaron por ceder a la que parecía la única solución posible: “vender” lo público a manos privadas. Así es como los monarcas buscaron el apoyo de nobles ricos que, al disponer de recursos podían mantener soldados a sus órdenes, y a cambio de su ayuda militar, el rey les cedía un territorio con todo lo que contenía (incluidas las personas) y los podres que le iban anejos. A ese territorio se le llama feudo, y a ese noble se le pasa a llamar señor feudal.
         Los países europeos se diluyeron en un mosaico de feudos, y aunque el rey mantuvo un territorio bajo su dominio y cierta ascendencia sobre el conjunto de los nobles, lo determinante fue que las atribuciones regias fueron entregadas a los señores feudales: la recaudación de impuestos, la promulgación de leyes, la administración de justicia, la fuerza armada, todo quedó en manos privadas y el estado como tal en la práctica desapareció.
         Como siempre, quienes salieron perdiendo fueron las personas: la mayoría de ellas no tuvo más opción que depender de un señor feudal, el cual, a cambio de seguridad, les permitía sobrevivir malamente del cultivo de la tierra. Esa dependencia se convirtió en servidumbre desde el momento en que la persona ya no podía abandonar el feudo, tenía que pagar por todos los servicios (molino, horno, herrería, puente, etc.) así como realizar todos los trabajos que el señor le encomendase, siempre por el bien del feudo. Sus condiciones de vida se hicieron casi insoportables, y aunque en ocasiones se rebelaron, fueron reprimidos sin piedad.

         Perdonad esta larga exposición pero, en mi opinión, necesaria. Ahora tan solo hay que hacer un ejercicio de cambio de palabras: sustituid monarquía por estado, atribuciones regias por poderes públicos, nobles por banqueros y empresarios (los mercados), Segundas Invasiones por crisis, y siervos por ciudadanos. El resultado es el mismo. Sé que, con rigor, en historia este tipo de comparaciones no es exacta, pero, salvando las distancias, no me parece descabellado afirmar que estamos inmersos en un proceso semejante.

         En el período que va desde la II Guerra Mundial a la década de los 90, el mundo asistió a un hecho en apariencia novedoso: la progresiva vinculación de diversos países europeos entre sí formado la actual Unión Europea (ésta suele citar con frecuencia a Carlomagno como prototipo de lo que se espera que llegue a ser Europa). Sin embargo, tras la caída del muro de Berlín, la desaparición del comunismo animó al capitalismo a imponerse a nivel mundial, de una manera rápida y muchas veces brutal (para con el medio ambiente y las poblaciones de otros continentes), en lo que conocemos como globalización. Ha sido la explosión del capitalismo en toda su crudeza, una fuerza capaz de invadirlo todo, de no pararse ante nada con tal de aumentar sus beneficios. Grandes corporaciones, conocidas como multinacionales, y bancos gigantescos se han hecho con el control del mundo y, cada vez más, de los países en particular. Empresas y bancos han sido agrupados bajo un nombre: los mercados. Dicho nombre, impersonal, sirve para ocultar que detrás de esos mercados hay nombres propios, nombres de compañías y entidades financieras, nombres de personas ricas y poderosas que controlan el planeta. Hace años esto así dicho sonaría a paranoica conspiración. Hoy casi todo el mundo sabe que es absolutamente cierto.
         En ese ansia de hacerse con todas las fuentes de riqueza y poder, los mercados han dado lugar a una crisis que dura ya unos años y cuyo efecto ha sido sorprendente. En los inicios de la crisis se proclamaba que había que refundar el capitalismo, dando por supuesto que eso significaba fortalecer a los estados, devolver protagonismo a lo público para poner control a la avaricia de los mercados siendo éstos los que paguen los desperfectos. Sin embargo, el resultado ha sido exactamente el contrario. En una especie de truco de magia que nos ha dejado a todos embobados y sin capacidad de reacción, resulta ahora que la salida de la crisis pasa por desmantelar el estado y privatizarlo todo, haciendo recaer sobre los ciudadanos todo el peso del gasto. Sin entrar en detalles, muchas veces pensados para desviar la atención de lo importante, la esencia de todas las reformas que se están emprendiendo es ésta: adelgazar hasta el mínimo el estado, y allanar el camino para que empresas y bancos crezcan.
         En efecto, la privatización masiva está en marcha y el objetivo es simple: fin de la cosa pública y reparto entre los poderosos para que de ello puedan sacar beneficio. El primer paso ha sido convencer a los ciudadanos de que el culpable ha sido el estado, que el meollo del problema está en el excesivo gasto de las administraciones públicas, que han dilapidado los recursos. Por tanto, es el estado el que tiene que recortar, adelgazar, reducirse, hasta casi desaparecer. El segundo paso ha consistido en generalizar la idea de que la salvación proviene de mantener unos lazos fuertes con aquellos que demuestran ser solventes en esta situación de crisis: grandes empresas, bancos, aseguradoras, etc. El paraguas del estado está desapareciendo y todo el mundo corre a un lugar seguro donde refugiarse.
         Y es de este modo en que los ciudadanos devenimos en siervos. En primer lugar, nos son arrebatados derechos fundamentales, conquistados tras siglos de reivindicaciones, y que forman parte de la más profunda tradición democrática. En segundo lugar, se aumentan los impuestos, teniendo que pagar cada vez más y más, siendo nuestro dinero, ganado con duro esfuerzo ( es decir, el trabajo) el carbón que devora la máquina del mercado (es decir, el capital). Tercero, nos hacen pagar por cuantos servicios necesitemos utilizar: pagaremos por la asistencia médica, pagaremos por la educación, pagaremos por el agua, pagaremos por el plan de jubilación, pagaremos por la seguridad (cada vez más en manos de empresas).. pagaremos por todo. Y dado que este sistema se impone a escala mundial y en todos los órdenes de la vida, no hay modo de escapar de él. Cumplimos así en nuestras carnes todas las condiciones que se daban en los siervos de los feudos medievales.

        No es nada radical decir que la crisis financiera ha sido el modo invasivo que ha tenido el capital de atacar a los estados nacionales para hacerse con sus recursos y competencias y reducir a siervos a los ciudadanos. 

         Estamos inmersos en el proceso. Mirad atentamente y lo veréis. Subrayo lo de atentamente porque es la mayor ventaja que tenemos respecto a las personas de la Edad Media: somos conscientes de lo que está ocurriendo, luego tenemos la responsabilidad de que no suceda...

        Por cierto, la imagen del artículo, que es la nueva sede-búnker del Banco Santander, ¿no os parece increíblemente un castillo?

4 comentarios:

  1. No está lejos de la realidad, definitivamente todos los gobiernos tienen negociado para que ocurra todo esto, lo desafortunado para la sociedad es que mayoría no aplica la capacidad de observación para asi actuar de manera contraria a lo que ellos proyectan.

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