miércoles, 3 de octubre de 2012

¡¡Más democracia!!




En los pasados días hemos asistido a las manifestaciones del 25S y del 29S, que han destacado sobre otras convocatorias anteriores por la contundente represión policial. No quiero tratar en este artículo sobre la supuesta violencia de estas manifestaciones. Tan solo dejo claras tres opiniones personales al respecto: las movilizaciones siguen siendo pacíficas, y la violencia la han ejercido unos pocos; buena parte de esta violencia ha podido  estar orquestada por la propia policía siguiendo órdenes del Ministerio de Interior; y por último, no olvidemos que hay otros tipos de violencia aún mucho más violenta, valga la redundancia (los sueldos miserables, el paro masivo, las intimidaciones policiales, los recortes injustos, etc.).
Dicho esto, la cuestión que más me ha llamado la atención es que algunos medios de comunicación, algunos supuestos intelectuales y, por supuesto, la mayoría de los políticos, han tildado a los manifestantes de “antidemocráticos”. Es más: la fiscalía va a acusar a los detenidos por un delito de “atentado contra las instituciones del Estado”. Esto me parece de una gravedad descomunal. ¿Antidemocráticos? ¡Pero como es posible! No doy crédito a lo que oigo. Veamos el argumento.

La idea básica es que los manifestantes son enemigos de la democracia: no, porque han intentado rodear el Congreso, allí donde están los diputados que representan la voluntad popular por medio del voto en las urnas; dos, porque exigen que se disuelvan las Cortes y se elabore una nueva constitución, cuando resulta que la que tenemos nos la hemos dado todos los españoles por referéndum.
Me parece que estos argumentos son muy pobres y, lo que es peor, engañosos y manipuladores.
En primer lugar, es falso y muy perjudicial para la democracia creer que ésta se ciñe única y exclusivamente a meter una papeleta en una urna cada cuatro años. Ese es un modo de participar en democracia, pero no es el único y casi me atrevería a decir que no es el ideal. En todo caso, votar es la parte final de todo un proceso en el que los ciudadanos deberían participar de múltiple. Es decir, aunque ya hayamos votado, eso no significa que ya todo se haya acabado. Podemos y debemos seguir haciendo política, lo cual incluye: reuniones de barrio, discusiones en plataformas diversas, debates públicos, presentación de propuestas por diferentes canales, y, por supuesto, movilizaciones, concentraciones y manifestaciones. Estos últimos modos, más de calle y con un carácter de denuncia y reivindicación, son inherentes al sistema democrático y una expresión imprescindible del mismo.
En segundo lugar, aunque sea cierto que los diputados representan la voluntad popular, esto es así sólo en una medida relativa, es decir, en la medida en que permite que sea representada dicha voluntad un tipo de democracia concreto: la representativa. ¿Y qué ocurre si la democracia representativa nos parece poco? ¿Qué podemos hacer si nos parece una democracia limitada, pobre, enana, incapaz de responder precisamente a la voluntad popular? Y lo que digo no es ciencia ficción. Todo el mundo sabe que la democracia representativa, que sirvió en su momento, ya no es suficiente en una sociedad adulta con ciudadanos adultos, activos y responsables. El oligopolio de los dos grandes partidos, las listas cerradas, la ley que establece el reparto de los votos, la disciplina de partido, etc. son algunos de los límites tremendos de nuestra democracia. Ésta no es perfecta. Puede ser mejorada. Y si puede, se debe: se debe avanzar hacia una democracia directa, más participativa, con mayor presencia, actividad y poder de decisión de los ciudadanos. Pedir esto no es ser antidemocrático, sino todo lo contrario. Antidemocráticos son los que no quieren que la democracia crezca, los que se niegan a tomársela en serio con todas las consecuencias, los que tan solo la utilizan como una máscara, un medio para mantener el poder de unos pocos poderosos. En cambio, los que piden más poder para el pueblo, los que reivindicar espacios en los que hablar y debatir, los que piden canales para hacer propuestas, los que exigen poder decidir en persona, esos son demócratas auténticos, demócratas profundos, demócrata que aspiran a una democracia no como simple mecanismo de votación, sino a una democracia como estilo de vida que impregne todos los ámbitos de la sociedad, hasta lo profundo, de raíz.
Por último, no es de recibo que se les denigre porque quieran cambiar la Constitución. La Constitución no es Palabra de Dios. No es una ley inmutable que no puede cambiar bajo ningún concepto. La Constitución puede ser modificada y el único requisito para ello es que la modificación refleje la voluntad popular. Ese es el sentido del concepto de soberanía popular. Que los ciudadanos quieran modificar la Constitución no tiene nada de malo. Tan solo hay que escuchar su propuesta, debatirla, estudiarla y someterla al sentir de todos. Si sale adelante, estupendo. Y si no, estupendo también. Lo que no se puede consentir es que los diputados se erijan en los custodios de la Constitución y sólo ellos se consideren legitimados para cambiarla. Y dicho ya de paso, ¡eso es lo que hicieron sin el consentimiento de los españoles al introducir el texto referente al déficit público! ¡Ellos y sólo ellos han modificado la Constitución para garantizar a los poderosos que cobraran sus deudas aunque sea a costa de explotar hasta el último céntimo a los ciudadanos! ¡Sin contar con nosotros y con una ley que va contra nosotros, estos señores han cambiado la Constitución a su antojo! ¿Y ahora nos salen diciendo que la Constitución es sagrada e intocable? ¿¡Pero qué es esto?!
En resumidas cuentas: manifestarse es democrático, pedir una democracia más directa es democrático, y proponer cambios en la Constitución es democrático. Por tanto, lo que hemos vivido estos días en el 25S y el 29S ha sido un ejercicio de democracia es estado puro, democracia en el sentido más genuino y auténtico. Y son los que tienen miedo a perder su poder los que tilda a los manifestantes de antidemocráticos. Los antidemocráticos son nuestros gobernantes. Por eso a ellos les grito que yo ¡¡quiero más democracia!!

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