En los pasados días hemos
asistido a las manifestaciones del 25S y del 29S, que han destacado sobre
otras convocatorias anteriores por la contundente represión policial. No quiero
tratar en este artículo sobre la supuesta violencia de estas manifestaciones.
Tan solo dejo claras tres opiniones personales al respecto: las movilizaciones
siguen siendo pacíficas, y la violencia la han ejercido unos pocos; buena parte
de esta violencia ha podido estar orquestada por la propia policía siguiendo
órdenes del Ministerio de Interior; y por último, no olvidemos que hay otros
tipos de violencia aún mucho más violenta, valga la redundancia (los sueldos
miserables, el paro masivo, las intimidaciones policiales, los recortes
injustos, etc.).
Dicho esto, la cuestión que más
me ha llamado la atención es que algunos medios de comunicación, algunos
supuestos intelectuales y, por supuesto, la mayoría de los políticos, han
tildado a los manifestantes de “antidemocráticos”. Es más: la fiscalía va a acusar
a los detenidos por un delito de “atentado contra las instituciones del
Estado”. Esto me parece de una gravedad descomunal. ¿Antidemocráticos? ¡Pero
como es posible! No doy crédito a lo que oigo. Veamos el argumento.
La idea básica es que los manifestantes son
enemigos de la democracia: no, porque han intentado rodear el Congreso, allí
donde están los diputados que representan la voluntad popular por medio del
voto en las urnas; dos, porque exigen que se disuelvan las Cortes y se elabore
una nueva constitución, cuando resulta que la que tenemos nos la hemos dado
todos los españoles por referéndum.
Me parece que estos argumentos
son muy pobres y, lo que es peor, engañosos y manipuladores.
En primer lugar, es falso y muy
perjudicial para la democracia creer que ésta se ciñe única y exclusivamente a
meter una papeleta en una urna cada cuatro años. Ese es un modo de participar
en democracia, pero no es el único y casi me atrevería a decir que no es el
ideal. En todo caso, votar es la parte final de todo un proceso en el que los
ciudadanos deberían participar de múltiple. Es decir, aunque ya hayamos votado,
eso no significa que ya todo se haya acabado. Podemos y debemos seguir haciendo
política, lo cual incluye: reuniones de barrio, discusiones en plataformas diversas,
debates públicos, presentación de propuestas por diferentes canales, y, por
supuesto, movilizaciones,
concentraciones y manifestaciones. Estos últimos modos, más de calle y con
un carácter de denuncia y reivindicación, son
inherentes al sistema democrático y una expresión imprescindible del mismo.
En segundo lugar, aunque sea
cierto que los diputados representan la voluntad popular, esto es así sólo en
una medida relativa, es decir, en la medida en que permite que sea representada
dicha voluntad un tipo de democracia concreto: la representativa. ¿Y qué ocurre
si la democracia representativa nos parece poco? ¿Qué podemos hacer si nos
parece una democracia limitada, pobre, enana, incapaz de responder precisamente
a la voluntad popular? Y lo que digo no es ciencia ficción. Todo el mundo sabe
que la democracia representativa, que sirvió en su momento, ya no es suficiente
en una sociedad adulta con ciudadanos adultos, activos y responsables. El
oligopolio de los dos grandes partidos, las listas cerradas, la ley que
establece el reparto de los votos, la disciplina de partido, etc. son algunos
de los límites tremendos de nuestra democracia. Ésta no es perfecta. Puede ser
mejorada. Y si puede, se debe: se debe
avanzar hacia una democracia directa, más participativa, con mayor presencia,
actividad y poder de decisión de los ciudadanos. Pedir esto no es ser
antidemocrático, sino todo lo contrario. Antidemocráticos son los que no
quieren que la democracia crezca, los que se niegan a tomársela en serio con
todas las consecuencias, los que tan solo la utilizan como una máscara, un
medio para mantener el poder de unos pocos poderosos. En cambio, los que piden
más poder para el pueblo, los que reivindicar espacios en los que hablar y
debatir, los que piden canales para hacer propuestas, los que exigen poder
decidir en persona, esos son demócratas auténticos, demócratas profundos,
demócrata que aspiran a una democracia no como simple mecanismo de votación,
sino a una democracia como estilo de vida que impregne todos los ámbitos de la
sociedad, hasta lo profundo, de raíz.
Por último, no es de recibo que
se les denigre porque quieran cambiar la Constitución. La Constitución no es Palabra
de Dios. No es una ley inmutable que no puede cambiar bajo ningún concepto. La
Constitución puede ser modificada y el único requisito para ello es que la
modificación refleje la voluntad popular. Ese es el sentido del concepto de
soberanía popular. Que los ciudadanos
quieran modificar la Constitución no tiene nada de malo. Tan solo hay que
escuchar su propuesta, debatirla, estudiarla y someterla al sentir de todos.
Si sale adelante, estupendo. Y si no, estupendo también. Lo que no se puede
consentir es que los diputados se erijan en los custodios de la Constitución y
sólo ellos se consideren legitimados para cambiarla. Y dicho ya de paso, ¡eso
es lo que hicieron sin el consentimiento de los españoles al introducir el
texto referente al déficit público! ¡Ellos y sólo ellos han modificado la
Constitución para garantizar a los poderosos que cobraran sus deudas aunque sea
a costa de explotar hasta el último céntimo a los ciudadanos! ¡Sin contar con
nosotros y con una ley que va contra nosotros, estos señores han cambiado la
Constitución a su antojo! ¿Y ahora nos salen diciendo que la Constitución es
sagrada e intocable? ¿¡Pero qué es esto?!
En resumidas cuentas:
manifestarse es democrático, pedir una democracia más directa es democrático, y
proponer cambios en la Constitución es democrático. Por tanto, lo que hemos
vivido estos días en el 25S y el 29S ha sido un ejercicio de democracia es
estado puro, democracia en el sentido más genuino y auténtico. Y son los que
tienen miedo a perder su poder los que tilda a los manifestantes de
antidemocráticos. Los antidemocráticos son nuestros gobernantes. Por eso a
ellos les grito que yo ¡¡quiero más
democracia!!
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