miércoles, 10 de octubre de 2012

¡Basta ya al nacionalcatolicismo!


En días pasados la cúpula de los obispos españoles ha afirmado mediante declaración solemne ante los medios de comunicación que es necesario mantener la unidad de España. Arremeten así contra las aspiraciones nacionalistas de Cataluña, País Vasco o cualquier otra entidad que reivindique el derecho de autodeterminación. Y lo hacen apelando a la unidad e España, una unidad, según ellos, labrada por la historia, que constituye un logro irreversible.

Semejante declaración necesita, ante todo, una aclaración: la postura de los obispos no guarda ninguna relación con el Evangelio de Jesús y, por tanto, no tiene nada que ver con la fe cristiana. Así lo han dicho, muy acertadamente, los obispos catalanes. Éstos han recordado a Rouco y a sus seguidores que la unidad de España nada tiene que ver con la fe, que de ésta no se deducen  opciones políticas concretas. Es decir, si España ha de ser indivisible, o federal, o autonómica, o separarse en diversos estados-nación, o lo que sea, es algo que no es deducible del mensaje evangélico y que el espíritu de éste deja abiertas todas las posibilidades. Todas las opciones son legítimas y todas defendibles, por tanto, ninguna ha de ser particularmente promocionada desde la fe.
No obstante, todo quedaría en una cosa de niños si el problema fuera simplemente que los obispos españoles han cometido un error teológico. El problema es mucho más grave.  


           El primer problema, serio, es el hecho de que los obispos han manipulado interesadamente la fe para servir a una ideología política. Esto no se hace. Aunque no me parece bien que la mayoría de la jerarquía católica sea del PP, lo puedo respetar: al fin y al cabo son ciudadanos con sus opciones políticas particulares. Pero como obispos su deber es servir al Evangelio, no a un partido político. Con estas declaraciones quieren, sin duda alguna, apoyar, sostener y alimentar la postura del PP respecto a los nacionalismos. Así, la base social católica se ve empujada a entregarse a los dictados del PP porque sus obispos así se lo ordenan. ¡Basta ya de tanta manipulación! ¡Que no nos revistan de fe lo que es un tema de amiguismos, conveniencias y repartos de poder! Esto sí que es sacrilegio, esto sí que es usar el nombre de Dios en vano.

El segundo problema, muchísimo más grave aún, es que con sus declaraciones prenden la mecha del conflicto y el enfrentamiento social. Ellos, que deberían ser agentes de paz, promotores de la convivencia y el diálogo, se convierten en cizañeros que avivan el enfrentamiento, instigadores de la confrontación que aspiran a conquistar por las malas aquello que nadie les quiere dar por las buenas. Su idílica reivindicación de una España unida responde al nacionalcatolicismo de épocas pasadas, aunque recientes, en las que los españoles vivíamos bajo la opresión de la dictadura, salidos de una desgraciada guerra con mucha sangre derramada. La Iglesia jerárquica tomó partido y sacó tajada de aquella situación, alcanzado una situación privilegiada de poder que añora y aspira a recuperar. Hace poco algunos políticos conocidos y otros tertulios de programas de televisión han recordado que, ante las reivindicaciones nacionalistas, debe recurrirse al Ejército que es quien, mediante el uso de la fuerza, ha de mantener la unidad patria. Si a esto unimos la bendición de la Iglesia a semejante fin, ¿no nos encontramos en un escenario similar al del 36? Una vez más Ejército e Iglesia unidos en esta especie de santa cruzada que es la unidad de España? ¿No es terrible? ¿No es para dar miedo? ¿No es para denunciarlo y negarse ya a dar pábulo a estas tonterías trasnochadas?

Para terminar, quiero apuntar una idea más que repetida: ¿por qué los obispos no se dedican a decir algo sobre la crisis, sus causas y consecuencias? ¡A lo mejor este tema sí que tiene que ver mucho más con el Evangelio y ayuda a crear una sociedad más justa y fraterna! ¿Por qué no dicen nada del robo descomunal protagonizado por los banqueros? ¿Por qué no dicen nada de las mentiras continuas y flagrantes de los políticos? ¿Por qué no dicen nada de los casos de corrupción que atentan contra el bien común? ¿Por qué no dicen nada de la injusticia que supone pagar todos nosotros con nuestro dinero lo que otros han saqueado? ¿Por qué no dicen nada de la desigualdad que significa que, cada vez más, tener educación y sanidad no sea un derecho de todos sino un privilegio de algunos? ¿Por qué no dicen nada de la violencia que significa ser arrojado al paro, o a la calle tras un desahucio? ¿Por qué no dicen nada de todo esto? Que miren esta lista de los anteriores subrayados: robos, mentiras, corrupción, injusticia, desigualdad, violencia…¡¡Esto sí que tiene que ver directamente con el Evangelio!! Y si no se van a dedicar a esto es preferible que se vayan. 

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