miércoles, 21 de agosto de 2013

La voz dormida y la reconciliación pendiente

La otra noche vimos la película “La voz dormida”, basada en la novela de Dulce Chacón. Tras la película Luisa dijo, muy acertadamente, que veía que en España hacía falta una verdadera reconciliación. Ella, dado que no es originaria de aquí, desconoce en parte la virulencia arraigada, el enfrentamiento visceral entre las dos Españas, y le resulta difícil de comprender comportamiento tan irracional y aún pendiente de solucionar. A mí mismo, quizás por haber vivido la visión de ambos bandos por parte de mis familias materna y paterna, me cuesta aceptar que no seamos capaces de curar tan dolorosa herida.
La reflexión que sigue quiere contribuir a aportar algunos sencillos criterios que, en mi opinión, son útiles para avanzar hacia la necesaria reconciliación. Quiero dejar claro que no pretendo tener la razón (esta pretensión nos llevó a matarnos entre nosotros). Habrá quien piense que me quedo corto, otros que me paso. Las ideas que yo aporte son sugerencias para dialogar, punto de partida, no de llegada (sigue...)


Para aclaración del discurso, dividiré la exposición en tres etapas: el antes (las causas de la Guerra Civil), el durante (el desarrollo de la contienda) y el después (la dictadura).

La primero que me gusta de la película de “La voz dormida” es que está ambientada en 1940, tras haber acabado ya la Guerra Civil. Se narra lo que pasó después sin ahondar demasiado en lo que ocurrió antes. Me parece un acierto empezar el diálogo de la paz y el perdón renunciando a echarse culpas unos a otros sobre las causas de la guerra. 
Si examinamos los años de la República, desde 1931 a 1936 se sucedieron gobiernos de izquierdas y de derechas, y todos ellos incurrieron en errores. Indagar de quien fue la culpa no sé si es posible o si conduce a alguna parte. Sin duda alguna la guerra la empezó Franco con el alzamiento militar, el cual constituyó un golpe de estado contra un gobierno democrático legítimo. Pero las causas son más complejas y se remontan hacia atrás. Así, algunos dirán que el detonante fue el desorden imperante durante el gobierno del Frente Popular. Hay quienes se retrotraerán a la dictadura de Primo de Rivera, o a la corrupción de liberales y conservadores del XIX, o al poder de la Iglesia tan arraigado en España desde la época imperial. Y si seguimos así nos plantamos en el hombre paleolítico de Atapuerca. Las causas del conflicto han sido estudiadas a fondo y desde muchas perspectivas por los historiadores, pero, en mi opinión buscar culpables en causas tan complejas y entrelazadas no nos lleva muy lejos. Dicho de otra manera: lo que pasó antes del 18 de julio de 1936, pasado está, y habría que hacer un esfuerzo por dejarlo a un lado. Puede ser duro, posiblemente injusto, pero si no salimos de ahí estamos embarrancados hurgando en un hoyo del que no hay salida.

Opinión un tanto parecida, aunque con matizaciones, es la que mantengo para lo sucedido durante la guerra. No conozco guerras buenas y todas ellas sacan lo peor que llevamos dentro. Y si la guerra es fratricida, las pasiones, los odios y las venganzas escondidas de tiempo atrás estallan en una barbarie desmedida. A lo largo de mi vida he oído a mi familia materna relatar los asesinatos que llevaron a cabo los rojos, mientras mi familia paterna narraba los crímenes atroces de los nacionales. Por ambas familias tenemos muertos, y las dos lo han vivido como víctimas. ¿Quién tiene razón? ¿Cómo medimos el daño cometido? ¿Existe un modo de calibrar quién fue más salvaje o más malvado? Entiendo que no es una cuestión baladí y que tiene importancia pero, una vez más me encuentro sin saber cómo pesar esto. 
Por eso se hace necesaria la labor de los expertos. Es decir, yo pediría, para el período de 1936 a 1939, que un tribunal internacional investigara con total transparencia los hechos sucedidos y, una vez documentados, procediera a dictaminar qué actos pueden ser catalogados como crímenes de guerra. Y una vez dictada sentencia, que se castigue a los culpables y se resarza a las víctimas, aunque tenga que ser a título póstumo. Esto ya se ha hecho en otros conflictos, incluidas guerras civiles. Hágase lo mismo en España.

Pero, con todo, lo que verdaderamente me interesa, y creo que es de vital urgencia para la convivencia de los españoles del siglo XXI, es abordar el problema de lo que sucedió después de la guerra, es decir, durante el período de la dictadura. Esta labor me parece la parte más asequible y la más importante. Asequible, porque dirimir culpables antes o durante la guerra es tarea casi imposible, pero una vez acabada ésta, ya no hay justificación para el crimen y es más fácil identificar lo que es injusto. Importante, porque creo que la inmensa mayoría de la gente entiende que los abusos cometidos por un gobierno legal de ningún modo son permisibles y, por tanto, necesita hallar justicia para esos hechos.
En efecto, tras terminar la guerra se instauró un gobierno legal, dentro de la legalidad que pueda conferir el poder de la fuerza, obviamente. Pero, independientemente del origen del poder, éste ha de usarse bien. Sin embargo, suele ocurrir que toda la fuerza de la ley se utiliza para la persecución y eliminación de muchas personas. En realidad, es un modo de continuar la guerra, pero esta vez no hay dos bandos que luchan sino un poder que golpea y unas víctimas que son agredidas. Muchos españoles fueron considerados enemigos de la patria, manzanas podridas, obstáculos para la construcción del país dentro la línea ideológica que la dictadura marcaba. En realidad nada nuevo, lo propio de todas las dictaduras. Pero, precisamente por eso, toda dictadura ha de ser juzgada.
Con la victoria franquista y la instauración del régimen nacional-católico se procedió a formar súbditos uniformes en su ideología, sumisos y obedientes, entregados fervientes a la consecución de una patria ideal de la que era excluido todo el que no pensara igual. No hacía falta cometer de hecho actos criminales, bastaba con pensar de manera diferente. Por eso, muchas personas fueron detenidas y las cárceles se atiborraron de personas que, en su mayoría, no habían hecho nada. Las torturas se generalizaron para que la lista de los señalados aumentara al ritmo de las delaciones arrancadas a golpes. Los fusilados se contaron por miles, casi siempre tras un juicio sumario sin ninguna garantía. Para colmo, la mayoría de las veces sus cuerpos desaparecieron en fosas comunes de localización desconocida. Y todo esto con el beneplácito y bendición de una jerarquía eclesiástica que tildó de auténtica cruzada en defensa de la fe lo que no era sino una flagrante violación de los derechos humanos.
Insisto: esta es la parte que urge sanar, porque sus crímenes se cometieron desde el poder del aparato estatal terminado ya el período de guerra y, por tanto, sin la posible justificación de ésta. Aquellas acciones pueden ser calificadas directamente de venganza, limpieza ideológica y exterminio de los diferentes. Delitos de lesa humanidad.
No habrá reconciliación mientras no se sanen las heridas infligidas tras la guerra. La verdadera reconciliación no consiste, no debe consistir, en olvidar y pasar página, no puede ser borrón y cuenta nueva. Ese camino, propugnado por algunos, conduce a cerrar en falso las heridas, que siguen supurando por dentro y acabando explotando el pus infecto en cuanto el más mínimo roce las reabre. Entonces, ¿en qué consiste una verdadera reconciliación?

Para explicar esto permitidme recurrir precisamente, por paradójico que parezca, a la doctrina que profesa la Iglesia católica. Según ésta, el perdón se alcanza cuando se dan las siguientes condiciones: examen de conciencia, contrición, confesión del pecado, propósito de la enmienda, cumplimiento de la penitencia. Bien: tomemos al pie de la letra lo que dice la Iglesia y devolvámoslo para que los responsables, la Iglesia entre ellos, lo cumplan.

Lo primero, el examen de conciencia: pensar y reconocer que muchas cosas de las que se hicieron no estuvieron bien. Y que las circunstancias no las justifican. En el fondo es, sencillamente, llamar a las cosas por su nombre: llamar venganza a lo que se llamó juicio, llamar asesinato a lo que se llamó ejecución, llamar víctima a quien se llamó enemigo de la patria.
El examen de conciencia solo es verificable cuando hay un reconocimiento público de lo hecho. Eso es la confesión: declarar de manera abierta y clara qué se hizo y reconocer que estuvo mal. Es preciso que se sepa, que se haga público, que los delitos sean nombrados de viva voz y reciban el aire y la luz necesarios para salir de la putrefacción.
La contrición es lo que se conoce como dolor y arrepentimiento por los actos cometidos. Quizás sea mucho pedir que los responsables de la dictadura o sus herederos muestren verdadero dolor por los actos cometidos. Desde luego, en el caso de los miembros de la Iglesia su fe se lo exige. Y en el caso de la derecha democrática, se lo exige su adhesión a los derechos humanos. Es necesario, en consecuencia, decir: “nos duele lo ocurrido, nos arrepentimos con sincero corazón”.
El propósito de la enmienda significa estar firmemente dispuesto a no cometer de nuevo semejantes actos. Es obvio que siempre se puede decir una cosa en publico y pensar otras para los adentros. Pero al menos que se diga que no se quiere volver a repetir lo que ocurrió. Es decir: que se condene la dictadura, que se renuncie a volver a ella, que se muestre con claridad toda ruptura con símbolos, expresiones y gestos que tengan que ver con aquel régimen fascista.
Por último, el cumplimiento de la penitencia. En la genuina tradición cristiana, la penitencia no es rezar padrenuestros y avemarías: supone ante todo y en primer lugar el resarcimiento de las víctimas. Devolverles bien por el mal cometido, permitirles encontrar justicia, reparar los daños causados en la medida de lo posible y dignificar su drama. Esto implica muchas cosas: desclasificar expedientes y documentos; exhumar tumbas; honrar su recuerdo; devolver patrimonio confiscado; resarcir económicamente; reagrupar personar todavía dispersas; ver a los responsables encontrados culpables, si siguiesen vivos, en la cárcel; si ya hayan fallecido, que se denígre su memoria y ensálcese la de las víctimas.

 Lo siento, pero esto es doctrina de la Iglesia. Aplíquese al pie de la letra para la dictadura franquista para que haya una verdadera reconciliación. Y si la Iglesia no potencia este camino, y opta por ocultar y olvidar, no cumplirá la misión que se le encomendó: ser portadora de perdón y paz. 

José Luis Quirós

2 comentarios:

  1. Una reflexión acertada. Lástima de país en el que prima más lo visceral que lo reflexivo.

    Chema
    PD: Un blog muy interesante.

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  2. La voz dormida,algo mas que un libro,una novela que araña el corazon y golpea las tripas.Como muestra, "Hasta siempre Tensi"y "Por la libertad",canciones escritas e interpretadas por Barricada a raiz de la libertad ra de la novela.
    No habra sociedad digna sin una memoria historica justa y real.
    Fede

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Tranquilo, en breve estudiamos tu caso...