La otra noche vimos la
película “La voz dormida”, basada en la novela de Dulce Chacón.
Tras la película Luisa dijo, muy acertadamente, que veía que en
España hacía falta una verdadera reconciliación. Ella, dado que no
es originaria de aquí, desconoce en parte la virulencia arraigada,
el enfrentamiento visceral entre las dos Españas, y le resulta
difícil de comprender comportamiento tan irracional y aún pendiente
de solucionar. A mí mismo, quizás por haber vivido la visión de
ambos bandos por parte de mis familias materna y paterna, me cuesta
aceptar que no seamos capaces de curar tan dolorosa herida.
La reflexión que sigue
quiere contribuir a aportar algunos sencillos criterios que, en mi
opinión, son útiles para avanzar hacia la necesaria reconciliación.
Quiero dejar claro que no pretendo tener la razón (esta pretensión
nos llevó a matarnos entre nosotros). Habrá quien piense que me
quedo corto, otros que me paso. Las ideas que yo aporte son
sugerencias para dialogar, punto de partida, no de llegada (sigue...)
Para aclaración del
discurso, dividiré la exposición en tres etapas: el antes (las
causas de la Guerra Civil), el durante (el desarrollo de la
contienda) y el después (la dictadura).
La primero que me gusta
de la película de “La voz dormida” es que está ambientada en
1940, tras haber acabado ya la Guerra Civil. Se narra lo que pasó
después sin ahondar demasiado en lo que ocurrió
antes. Me parece un acierto empezar el diálogo de la paz
y el perdón renunciando a echarse culpas unos a otros sobre las
causas de la guerra.
Si examinamos los años de la República, desde
1931 a 1936 se sucedieron gobiernos de izquierdas y de derechas, y
todos ellos incurrieron en errores. Indagar de quien fue la culpa no
sé si es posible o si conduce a alguna parte. Sin duda alguna la
guerra la empezó Franco con el alzamiento militar, el cual
constituyó un golpe de estado contra un gobierno democrático
legítimo. Pero las causas son más complejas y se remontan hacia
atrás. Así, algunos dirán que el detonante fue el desorden
imperante durante el gobierno del Frente Popular. Hay quienes se
retrotraerán a la dictadura de Primo de Rivera, o a la corrupción
de liberales y conservadores del XIX, o al poder de la Iglesia tan
arraigado en España desde la época imperial. Y si seguimos así nos
plantamos en el hombre paleolítico de Atapuerca. Las causas del
conflicto han sido estudiadas a fondo y desde muchas perspectivas por
los historiadores, pero, en mi opinión buscar culpables en causas
tan complejas y entrelazadas no nos lleva muy lejos. Dicho de otra
manera: lo que pasó antes del 18 de julio de 1936, pasado está, y
habría que hacer un esfuerzo por dejarlo a un lado. Puede ser duro,
posiblemente injusto, pero si no salimos de ahí estamos
embarrancados hurgando en un hoyo del que no hay salida.
Opinión un tanto
parecida, aunque con matizaciones, es la que mantengo para lo
sucedido durante la guerra. No conozco guerras buenas y
todas ellas sacan lo peor que llevamos dentro. Y si la guerra es
fratricida, las pasiones, los odios y las venganzas escondidas de
tiempo atrás estallan en una barbarie desmedida. A lo largo de mi
vida he oído a mi familia materna relatar los asesinatos que
llevaron a cabo los rojos, mientras mi familia paterna narraba los
crímenes atroces de los nacionales. Por ambas familias tenemos
muertos, y las dos lo han vivido como víctimas. ¿Quién tiene
razón? ¿Cómo medimos el daño cometido? ¿Existe un modo de
calibrar quién fue más salvaje o más malvado? Entiendo que no es
una cuestión baladí y que tiene importancia pero, una vez más me
encuentro sin saber cómo pesar esto.
Por eso se hace necesaria la
labor de los expertos. Es decir, yo pediría, para el período de
1936 a 1939, que un tribunal internacional investigara con total
transparencia los hechos sucedidos y, una vez documentados,
procediera a dictaminar qué actos pueden ser catalogados como
crímenes de guerra. Y una vez dictada sentencia, que se castigue a
los culpables y se resarza a las víctimas, aunque tenga que ser a
título póstumo. Esto ya se ha hecho en otros conflictos, incluidas
guerras civiles. Hágase lo mismo en España.
Pero, con todo, lo que
verdaderamente me interesa, y creo que es de vital urgencia para la
convivencia de los españoles del siglo XXI, es abordar el problema
de lo que sucedió después de la guerra,
es decir, durante el período de la dictadura. Esta labor me parece
la parte más asequible y la más importante. Asequible, porque
dirimir culpables antes o durante la guerra es tarea casi imposible,
pero una vez acabada ésta, ya no hay justificación para el crimen y
es más fácil identificar lo que es injusto. Importante, porque creo
que la inmensa mayoría de la gente entiende que los abusos cometidos
por un gobierno legal de ningún modo son permisibles y, por tanto,
necesita hallar justicia para esos hechos.
En efecto, tras terminar
la guerra se instauró un gobierno legal, dentro de la legalidad que
pueda conferir el poder de la fuerza, obviamente. Pero,
independientemente del origen del poder, éste ha de usarse bien. Sin
embargo, suele ocurrir que toda la fuerza de la ley se utiliza para
la persecución y eliminación de muchas personas. En realidad, es un
modo de continuar la guerra, pero esta vez no hay dos bandos que
luchan sino un poder que golpea y unas víctimas que son agredidas.
Muchos españoles fueron considerados enemigos de la patria, manzanas
podridas, obstáculos para la construcción del país dentro la línea
ideológica que la dictadura marcaba. En realidad nada nuevo, lo
propio de todas las dictaduras. Pero, precisamente por eso, toda
dictadura ha de ser juzgada.
Insisto: esta es la
parte que urge sanar, porque sus crímenes se cometieron desde el
poder del aparato estatal terminado ya el período de guerra y, por
tanto, sin la posible justificación de ésta. Aquellas acciones
pueden ser calificadas directamente de venganza, limpieza ideológica
y exterminio de los diferentes. Delitos de lesa humanidad.
No habrá reconciliación
mientras no se sanen las heridas infligidas tras la guerra. La
verdadera reconciliación no consiste, no debe consistir, en olvidar
y pasar página, no puede ser borrón y cuenta nueva. Ese camino,
propugnado por algunos, conduce a cerrar en falso las heridas, que
siguen supurando por dentro y acabando explotando el pus infecto en
cuanto el más mínimo roce las reabre. Entonces, ¿en qué consiste
una verdadera reconciliación?
Lo primero, el examen de
conciencia: pensar y reconocer que muchas cosas de las que se
hicieron no estuvieron bien. Y que las circunstancias no las
justifican. En el fondo es, sencillamente, llamar a las cosas por su
nombre: llamar venganza a lo que se llamó juicio, llamar asesinato a
lo que se llamó ejecución, llamar víctima a quien se llamó
enemigo de la patria.
El examen de conciencia
solo es verificable cuando hay un reconocimiento público de lo
hecho. Eso es la confesión: declarar de manera abierta y clara qué
se hizo y reconocer que estuvo mal. Es preciso que se sepa, que se
haga público, que los delitos sean nombrados de viva voz y reciban
el aire y la luz necesarios para salir de la putrefacción.
La contrición es lo que
se conoce como dolor y arrepentimiento por los actos cometidos.
Quizás sea mucho pedir que los responsables de la dictadura o sus
herederos muestren verdadero dolor por los actos cometidos. Desde
luego, en el caso de los miembros de la Iglesia su fe se lo exige. Y
en el caso de la derecha democrática, se lo exige su adhesión a los
derechos humanos. Es necesario, en consecuencia, decir: “nos duele
lo ocurrido, nos arrepentimos con sincero corazón”.
El propósito de la
enmienda significa estar firmemente dispuesto a no cometer de nuevo
semejantes actos. Es obvio que siempre se puede decir una cosa en
publico y pensar otras para los adentros. Pero al menos que se diga
que no se quiere volver a repetir lo que ocurrió. Es decir: que se
condene la dictadura, que se renuncie a volver a ella, que se muestre
con claridad toda ruptura con símbolos, expresiones y gestos que
tengan que ver con aquel régimen fascista.
Por último, el
cumplimiento de la penitencia. En la genuina tradición cristiana, la
penitencia no es rezar padrenuestros y avemarías: supone ante todo y
en primer lugar el resarcimiento de las víctimas. Devolverles bien
por el mal cometido, permitirles encontrar justicia, reparar los
daños causados en la medida de lo posible y dignificar su drama.
Esto implica muchas cosas: desclasificar expedientes y documentos;
exhumar tumbas; honrar su recuerdo; devolver patrimonio confiscado;
resarcir económicamente; reagrupar personar todavía dispersas; ver
a los responsables encontrados culpables, si siguiesen vivos, en la
cárcel; si ya hayan fallecido, que se denígre su memoria y
ensálcese la de las víctimas.
Lo siento, pero esto es
doctrina de la Iglesia. Aplíquese al pie de la letra para la
dictadura franquista para que haya una verdadera reconciliación. Y
si la Iglesia no potencia este camino, y opta por ocultar y olvidar,
no cumplirá la misión que se le encomendó: ser portadora de perdón
y paz.
José Luis Quirós
Una reflexión acertada. Lástima de país en el que prima más lo visceral que lo reflexivo.
ResponderEliminarChema
PD: Un blog muy interesante.
La voz dormida,algo mas que un libro,una novela que araña el corazon y golpea las tripas.Como muestra, "Hasta siempre Tensi"y "Por la libertad",canciones escritas e interpretadas por Barricada a raiz de la libertad ra de la novela.
ResponderEliminarNo habra sociedad digna sin una memoria historica justa y real.
Fede