Impresionante
documento de los obispos de Brasil en defensa de las manifestaciones
del pueblo para reivindicar justicia y verdadera democracia. El texto
contiene párrafos que representan una dura crítica y, al mismo
tiempo, una fortísima esperanza. Lo mejor de todo es que sus
palabras no se circunscriben únicamente a Brasil sino que son
aplicables a todo el mundo en tanto que es el sistema globalizado en
que vivimos el responsable de lo que ocurre en multitud de países.
Yo hubiera llorado de alegría si en las múltiples manifestaciones
que ha habido en España los obispos hubieran dicho siquiera de lejos algo parecido. En
cambio, por decir, no dijeron nada. Eso, en religión, se llama
pecado de omisión (sigue...)
El
pasado 21 de junio, la Conferencia Episcopal de Brasil, tras dos días
de reunión en Brasilia, redactó un documento oficial que empezaba
con estas palabras: “Nosotros, los obispos del Consejo Permanente
de la Conferencia Nacional de los Obispos de Brasil (CNBB), reunidos
en Brasilia del 19 al 21 de junio, declaramos nuestra solidaridad
y apoyo a las manifestaciones, que sean pacíficas, y que están
protagonizando en la calles ciudadanas y ciudadanos de todas las
edades, sobre todo los jóvenes”.
Según
los obispos, las movilizaciones y protestas son "nacidas de
manera libre y espontánea a partir de las redes sociales, las
movilizaciones cuestionan a todos nosotros y cuestionan que no es
posible más vivir en un país con tanta desigualdad".
El
pronunciamiento de los obispos lo sustentan en "la justa y
necesaria reivindicación de políticas públicas para todos. Gritan
contra a corrupción, la impunidad y la falta de transparencia en la
gestión pública. Denuncian la violencia contra la juventud. Son, al
mismo tiempo, testimonio de que la solución de los problemas por que
pasa el pueblo brasilero solo será posible con participación de
todos. Hacen, así, renacer la esperanza cuando gritan: "El
Gigante despertó!"
Y
añaden: "En una sociedad en que las personas tienen su derecho
negado sobre la conducción de la propia vida, la presencia del
pueblo en las calles testimonia que es la práctica de valores como
la solidaridad y el servicio gratuito al otro que encontramos el
sentido de existir. La indiferencia y el conformismo llevan a las
personas, especialmente a los jóvenes, a desistir de la vida y se
constituyen en obstáculo a la transformación de las estructuras que
hieren de muerte la dignidad humana”.
Y
yendo aún más lejos, afirman: "El derecho democrático a las
manifestaciones como estas debe ser siempre garantizado por el
Estado. De todos se espera el respeto a la paz y al orden. Nada
justifica la violencia, a la destrucción del patrimonio público y
privado, el irrespeto y la agresión a personas e instituciones, el
cercenamiento a la libertad de ir y venir, de pensar y actuar
diferente, que deben ser repudiados con vehemencia. Cuando eso
ocurre, se niegan los valores inherentes a las manifestaciones,
instalándose una incoherencia corrosiva que lleva al descrédito”.
Uno
de los impulsores del documento, el cardenal Claudio Hummes, afirmó
que “el mensaje de Cristo está en sintonía con esas
reivindicaciones del pueblo”, y añadió: “Por eso debemos estar
presentes. En la calle, de hecho, se está viviendo el Evangelio.
Tiempo
atrás, en el invierno regresivo que vivía la Iglesia, estas
palabras habrían sido condenadas y sus autores puestos bajo sospecha
o suspensión del cargo. Ahora, en cambio, han recibido el aval del
Papa. Según Francisco, “las reivindicaciones por una mayor
justicia no contradicen el Evangelio”. Todo un signo. Todo un
espaldarazo para el compromiso social. Toda una esperanza.
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