martes, 27 de diciembre de 2011

Navidad

Cuentan que en la II Guerra Mundial, en una trinchera de la ciudad rusa de Stalingrado, se encontró un plano arrugado, en cuya parte posterior un soldado alemán había dejado escrito este mensaje de esperanza: “Navidades de 1942: luz, vida, amor”. En medio del frío invierno, rodeado de muerte y destrucción, contemplando la barbarie a la que puede llegar el ser humano, aquel soldado, posiblemente en Nochebuena, aún creía que la Navidad podía traer un mundo distinto. “Navidades de 1942: luz, vida, amor”.
            Un gran teólogo de nuestros días, Karl Rahner, escribió una vez: Cuando decimos “Es Navidad”, entonces decimos: “Dios ha pronunciado su última, su más profunda, su más bella palabra al mundo, en la Palabra hecha carne; una palabra que nunca será retirada, porque es la definitiva intervención de Dios, porque Dios mismo está en el mundo”. Y esta Palabra quiere decir: “Yo te amo a ti, a ti hombre, a ti mundo”. Creo que es difícil reflejar de forma más bella lo que es la Navidad para los cristianos. Es otro modo de expresar el grandioso prólogo del Evangelio de san Juan que se lee en la liturgia de este día: “la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria propia del Hijo Único del Padre” (sigue...). 
            Sí, Dios ha puesto su tienda entre nosotros, se ha hecho uno de los nuestros, y con ello nos quiere decir: “Yo te amo a ti, hombre, te amo a ti, mundo”.
            Yo te amo a ti, hombre, a ti mujer, a ti, quienquiera que seas y como seas; te amo con tu nombre y apellidos, con toda tu historia personal; te amo con tus grandezas y tus miserias; te amo con tus luces y con tus sombras; te amo cuando aciertas, cuando triunfas, cuando pones a rendir todos tus talentos. Te amo especialmente cuando fracasas y te sientes inútil  o despreciado; te amo cuando te dejas arrastrar por tus defectos y compruebas tu oscuridad y tu impotencia; te amo cuando sufres y cuando lloras; te amo en tu debilidad y tu miseria; te amo a ti y no hay nada de ti que no ame. Te amo desde antes que el mundo existiera y haré que el mundo exista siempre, para seguir amándote. Y por eso, porque te amo, me hago uno como tú para que me sientas cercano; me hago uno como tú y asumo lo que tú eres, para levantarlo, para elevarlo, para divinizarlo. A partir de hoy y para siempre, tu eres carne de mi carne, tu historia es mi historia y tu suerte la mía. Te amo, y mi amor por ti, en ti encarnado, hará que venzas toda dificultad hasta alcanzar la meta que sueñas y te veas plenamente realizado. Hoy, en este día, a ti, hombre, a ti mujer, al hacerme pequeño, y a tus pies, te digo que te amo.
            Y te amo a ti, mundo. Quizás necesitemos hoy más que nunca esta palabra dirigida al corazón de una Humanidad que vive problemas gravísimos: una Humanidad enzarzada en guerras sangrientas y, como todas las guerras, injustas y sin sentido; una Humanidad que sigue ahondando la fosa vergonzante que separa a los ricos, cada vez más ricos, y a los pobres, cada vez más pobres; una Humanidad donde se discrimina al que es de otro color y religión y que levanta barreras para protegerse del que es distinto; una Humanidad a la vez culpable y víctima de su pecado. Pues a este mundo Dios lo ama. Dios ama a esta Humanidad, a veces tan desorientada, y la ama profundamente, hasta el punto de hacerse uno como nosotros para compartir nuestra suerte. En su encarnación Dios nos dice: “te amo a ti, mundo, a ti, humanidad, de la que soy uno más, uno más entre los miles de millones de los seres humanos. Te amo, y, porque te amo, hay esperanza para ti, mundo, porque conmigo traigo el mundo nuevo”.
            Y porque Dios nos ama, todo es distinto, y todo cambia. Por eso seguimos creyendo que hay solución para los problemas de la humanidad; por eso mantenemos la ilusión de que es posible luchar por un mundo más justo, más fraterno, más humano; por eso abrimos la puerta del corazón para dejar que Dios nos  acompañe en la vida de cada día, en las alegrías y en las penas, en las debilidades y las ilusiones, en el trabajo y en la calle, en todo momento y lugar, transformando nuestro corazón.
Dios nos ama, y por eso, más allá de las fiestas, las comidas y los regalos, hoy recuperamos la esperanza de creer que la vida tiene un sentido: devolver amando el amor recibido.
Probablemente esto es lo que sintió aquel soldado en la trinchera de Stalingrado: en la oscuridad de aquella fría noche invernal desangrada por la guerra, aquel soldado percibió una luz; en medio de la muerte pudo ver surgir la vida, y de entre el odio levantarse la columna de la paz y el perdón. Por eso escribió: “Navidades de 19”.42: luz, vida, amor".
José Luis Quirós

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