miércoles, 22 de junio de 2011

Carta del jefe indio

        Carta del jefe indio Seattle de la tribu Suwamish al presidente de los Estados Unidos Franklin Pierce en respuesta a la oferta de compra de las tierras de los Suwamish en el noroeste de los Estados Unidos, lo que ahora es el Estado de Washinton. Los indios americanos estaban muy unidos a su tierra no conociendo la propiedad, es más consideraban la tierra dueña de los hombres. Está escrita en 1855. Es preciosa (sigue...)
«El gran jefe de Washington manda decir que desea comprar nues­tras tierras. ¿Cómo podéis comprar o vender el cielo o el calor de la tierra? Esta idea es extraña para nosotros. Si hasta ahora no so­mos dueños de la frescura del aire o del resplandor del agua, ¿cómo nos lo pueden ustedes comprar?
Nosotros somos parte de la tierra, y la flor perfumada, el ciervo, el caballo y el águila majestuosa son nuestros hermanos. Las escar­padas peñas, los húmedos prados, el calor del cuerpo del caballo y el hombre, todos pertenecen a la misma familia. Los ríos son nues­tros hermanos y sacian nuestra sed; llevan nuestras canoas y ali­mentan a nuestros hijos.
Sabemos que el hombre blanco no entiende nuestra manera de ser ni de vivir. Le da lo mismo un trozo de tierra que otro porque él es un extraño que llega en la noche a sacar de la tierra lo que necesita. La tierra no es su hermano, sino su enemigo. Cuando la ha con­quistado, la abandona y sigue su camino.
La vista de sus ciudades duele a los ojos del hombre piel roja, pero tal vez es porque el hombre piel roja es un salvaje y no entiende. No hay ningún lugar tranquilo en las ciudades de los hombres blan­cos. Ningún lugar para escuchar las hojas en la primavera o el zumbido de las alas de los insectos. Yo me pregunto: ¿qué queda de la vida si el hombre no puede escuchar el hermoso grito del pájaro nocturno, o los argumentos de las ranas alrededor de un lago al atardecer?

El indio prefiere el suave sonido del viento cabalgando sobre la su­perficie de un lago, y el olor del mismo viento lavado por la lluvia del mediodía o impregnado con la fragancia de los pinos. El aire es de gran valor para el piel roja, pues todos los seres comparten un mis­mo aliento: el animal, el árbol, el hombre, todos respiramos el mis­mo aire. El hombre blanco no nota el aire que respira.
Si decidiese aceptar vuestra oferta, tendría que poneros una condi­ción: que el hombre blanco considere a los animales de estas tierras como hermanos. ¿ Qué sería del hombre sin los animales? Si todos los animales desaparecieran; el hombre moriría con una gran sole­dad de espíritu; porque cualquier cosa que le pase a los animales también le pasará al hombre. Todo lo que hiere a la tierra, herirá también a los hijos de la tierra. Si os llegamos a vender nuestra tie­rra, amadla como nosotros la hemos amado. Cuidad de ella como nosotros la cuidamos. Nosotros amamos esta tierra como el niño ama los latidos del corazón de su madre».


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