En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos:
He venido a prender fuego en el mundo: ¡y ojalá estuviera ya ardiendo! Tengo que pasar por un bautismo,¡y qué angustia hasta que se cumpla! ¿Pensáis que he venido a traer al mundo paz? No, sino división. (Lc 12, 499).
¡Qué extrañas palabras las de Jesús, ¿verdad?! Él, que es manso y humilde de corazón; él, que llama bienaventurados a los pacíficos; él, que rechazó el uso de cualquier tipo de violencia...¡dice que ha venido a traer fuego y división!
Sabemos que el fuego es ambiguo. Por un lado, es símbolo de destrucción. Desde la quema de ciudades en las guerras hasta las piras de la Inquisición, el fuego remite a la capacidad humana para arrasar y destruir. Pero, por otro lado, el fuego calienta e ilumina, los griegos, a través de Prometeo, lo consideraron algo divino y símbolo de civilización; la llama es utilizada por los místicos para expresar el grado máximo de amor (sigue...)
Esta variedad de significados está presente en ese fuego del que Jesús habla en el evangelio.
En primer lugar, es un fuego purificador: el fuego se emplea para eliminar todo aquello que es negativo y malo, todo lo que es dañino. Jesús quiere luchar para erradicar las fuentes del mal que dañan a las personas y a los pueblos. En nuestra tarea, sea ésta cual sea, es importante señalar las causas de todo aquello que es injusto, de aquello que impide o dificulta el desarrollo de las personas. Es una misión de denuncia, similar a la que hace el médico cuando trata de identificar la fuente de la enfermedad. Por eso, no podemos ser solamente un bálsamo que cubre la herida pero no elimina la infección. No podemos hacer de “tapaagujeros” del sistema socioeconómico en que vivimos sin mostrar sus graves consecuencias y sus consiguientes responsabilidades. Hoy, como siempre, o quizás más que nunca, necesitamos un pensamiento crítico que desmonte toda estructura inhumana.
Pero, además, se trata de un fuego transformador: el fuego puede ablandar y fundir los metales, hacer que las cosas sean moldeables, para darles la forma que mejor conviene. Jesús quiere construir una sociedad nueva, diferente, según el modelo que Dios ha soñado para todos. Es preciso moldear ese mundo nnuevo. La frase que abre este blog dice: “¿Qué hombre es aquel que no quiere cambiar el mundo?”. Así es: nos toca transformar esta sociedad a mejor. Empezando por nosotros: llevando una vida más austera, más solidaria, más afectiva y acogedora. Y desde ese cambio interior, trabajar por cambiar nuestra sociedad implicándonos en las iniciativas por favorecer el desarrollo de los pueblos, la integración efectiva de todas las personas, el respeto y la tolerancia entre credos y culturas.
Por último, el fuego es apasionado: el fuego es símbolo de pasión, de fuerza, de energía. El fuego del que habla Jesús sirve para calentar los corazones, llenarlos de pasión, porque un corazón que ama es un corazón capaz, a su vez, de dar calor. No es posible cambiar el mundo, ni a nosotros mismos, sólo desde la razón, desde las ideas. Suele decirse que “lo afectivo es lo efectivo”. Necesitamos que la emoción sea el motor que nos mueva, para vivir con pasión. No queremos convertir el trabajo en un simple medio de ganar dinero para tener resuelta nuestra vida. No queremos acabar haciendo las cosas de forma rutinaria y monótona. Queremos ardor en el corazón, implicarnos afectivamente con las personas, y vivir apasionadamente.
José Luis Quirós
José Luis Quirós
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