Solidaridad es una de las palabras más de moda en nuestros tiempos. Esa es la palabra que parece estar detrás de quienes aportan una cuota a una Ong, de los gobiernos que crean una agencia de cooperación, de los que se manifiestan reivindicando el 0,7 como ayuda al desarrollo, de los programas sociales de las cajas de ahorros, de los que compran productos de comercio justo, y un largo etcétera de acciones e iniciativas. Pero, ¿todo ello es solidaridad? ¿Es la solidaridad un término a modo de cajón-desastre donde caben prácticas muy diversas, tanto en sus métodos como en sus objetivos? Quizás valga la pena detenerse a reflexionar qué entendemos por solidaridad, y valorar desde ahí si nuestro compromiso es o no es solidario (sigue...)
Aclarar el alcance de la palabra solidaridad resulta, a todas luces, urgente, dado que el rasgo más definitorio de nuestro tiempo es la sangrante e injusta desigualdad existente entre unos pocos ricos que nadan en la abundancia, y una inmensa mayoría de la humanidad que malvive en la miseria.
Efectivamente, desde su fundación, la doctrina liberal cimentó la prosperidad económica sobre la base de la incentivación de las tendencias egoístas y el ansia de lucro de las personas, afirmando que este afán acabaría repercutiendo positivamente sobre el conjunto de la sociedad, garantizando el bienestar de todos. Sin embargo, nada más lejos de la realidad: el modelo neoliberal, prácticamente absoluto en nuestros días, está generando desigualdades cada vez mayores. La ingente riqueza que se ha creado se ha distribuido en relación a la eficiencia y al poder político de cada persona y país. Es decir, la situación privilegiada de unos pocos y la situación de miseria de muchos no son sino las dos caras de una misma moneda: hay pobres porque hay ricos. Por tanto, el sistema neoliberal es, por naturaleza, insolidario, ya que privilegia de modo exclusivo a una minoría rica y poderosa, mientras explota a una mayoría pobre y marginada. El mercado es incapaz de garantizar un reparto equitativo de la riqueza, de manera que todas las personas reciban los necesarios alimentos, atención médica, vivienda digna, educación adecuada y servicios básicos para tener una vida verdaderamente humana. La desigualdad generada no es fruto de una mala administración del sistema, de errores humanos o de la corrupción de algunos: es inherente a la propia naturaleza del sistema neoliberal, y se dará siempre y en todo lugar en que se aplique. Por este motivo, urge aclarar el término solidaridad, para desvelar y activar el potencial ético y transformador que dicha palabra encierra.
Si preguntamos a la gente qué entiende por solidaridad, las ideas más repetidas hacen alusión cuestiones como pensar en lo mal que lo pasan otras personas, entregar dinero, ayudar institucionalmente al desarrollo, dar un poco del propio tiempo, etc. Detrás de estas y otras ideas se esconden algunos usos de la palabra solidaridad que pervierten su significado. Hay un concepto perverso de la solidaridad, y se da un uso perverso cuando:
- La solidaridad es entendida como un “lavaconciencias” de personas burguesas, acomodadas, que creen que dando una cantidad de dinero o un poco de su tiempo libre, pueden justificar su estilo de vida consumista cimentado sobre la explotación de otros. Así, la solidaridad no es más que un somnífero moral para conciencias inmorales.
- La solidaridad es utilizada como maquillaje del neoliberalismo, haciendo que las organizaciones de voluntariado amortigüen y tapen los efectos devastadores del sistema. Así, la supuesta solidaridad sirve para enmascarar la realidad de la injusticia.
- La solidaridad es instrumentalizada como sustitutivo del Estado, propiciando que el voluntariado realice labores allí donde el Estado se retira o no llega. Así, la solidaridad no es sino la excusa que justifica que el Estado no cumpla con su responsabilidad política.
- La solidaridad es incorporada al sistema económico como una pieza más del engranaje, asumiendo las reglas del mercado, de las empresas multinacionales y de las grandes superficies. Así, la solidaridad, en vez de un valor ético, no es si no un producto, una cosa más, que se compra y se vende.
- La solidaridad es considerada como medio para “enseñar” a los pobres los correctos criterios de funcionamiento, extendiendo el modelo de desarrollo del Primer Mundo al resto de la humanidad. Así, la solidaridad es un nuevo colonialismo, donde los superiores “salvan” a los inferiores haciéndoles encajar en unos moldes ajenos impuestos.
Como siempre, podríamos decir que está muy bien señalar lo que no es la solidaridad, pero que seguimos sin explicar en qué consiste. Es cierto: es más fácil criticar que proponer. Por eso, voy a hacer una propuesta. Voy a ofrecer una definición de solidaridad. No es un dogma, no es la verdad absoluta, es tan sólo una propuesta. Se puede debatir, se puede discrepar, se puede matizar, se puede mejorar. Y, si se me permite, la definición la tomo literalmente de un documento titulado “Sollicitudo Rei Socialis” escrito por Juan Pablo II:
“Solidaridad no es un sentimiento superficial por los males de tantas personas, cercanas o lejanas, sino la determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común, es decir, por el bien de todos y de cada uno, para que todos seamos verdaderamente responsables de todos”.
A partir de esta definición quisiera subrayar los rasgos que, a mi juicio, componen la auténtica solidaridad:
- La solidaridad es un sentimiento profundo. La frase citada rechaza que sea un sentimiento superficial, pero no que sea un sentimiento. Muchas veces confundimos la solidaridad con sentimentalismo, con compasión barata y frívola, como la de los shows de la televisión. Desde luego, la solidaridad empieza con un sentimiento, pero un sentimiento arraigado en lo más profundo de la persona, como un dolor que se clava en las entrañas ante el sufrimiento de los otros. Esta es la primera condición de la solidaridad: que nos duela del dolor del otro con un dolor que nos remueve por dentro, en lo íntimo de nuestro ser. Un dolor que provoca indignación ante la injusticia, un dolor que capacita para ponerse en la piel del que sufre, un dolor que impulsa a la acción poniendo manos a la obra.
- La solidaridad es una determinación firme y perseverante. Nada más contrario a la solidaridad que el compromiso puntual de una voluntad débil, con fecha de caducidad, y tasado y medido en el tiempo y en el esfuerzo. La solidaridad, al ser una determinación, brota de la voluntad de la persona y, por tanto, no puede depender únicamente del sentimiento. ¿Qué sería del mundo si sólo actuásemos cuando sentimos? Nuestra voluntad es una fuerza que puede capacitarnos para actuar aún cuando el sentimiento se debilite. Por otra parte, afirmar que dicha voluntad ha de ser firme y perseverante significa que la solidaridad requiere un compromiso de la persona que afecta a toda su vida y de por vida. La solidaridad no es un objeto de usar y tirar, sino el establecimiento de un estilo de vida.
- La solidaridad tiene como objetivo el bien común. La definición explicita que su interés es el bien de todos y de cada uno. Por consiguiente, si se considera esta afirmación en todo su calado, se entiende que la solidaridad tiene una clarísima dimensión política. Efectivamente, es objeto de la política el bien común, aquel bien que ha de ser procurado a todos los hombres y mujeres del planeta, a todas las personas sin ningún tipo de discriminación, de modo que les sean garantizados los derechos humanos y las condiciones efectivas para que esos derechos se cumplan. Si tanto la política como la solidaridad tienen como objetivo el bien común, no hay verdadera política si no es solidaria, y no hay verdadera solidaridad si no es política. En consecuencia, la solidaridad genuina apunta directamente a la propiciación de movimientos sociales que generen modelos alternativos de sociedad, así como el acceso a los enclaves de poder democrático desde donde se toman decisiones que afectan a las estructuras.
- La solidaridad hace que todos seamos responsables. La solidaridad no es un acto generoso y desinteresado (aunque estos rasgos son importantes) que una persona realiza únicamente por su peculiar naturaleza altruista: la solidaridad es una responsabilidad, es decir, una exigencia ética que ha de ser cumplida. Dicho de otro modo, es un deber, no un favor. La auténtica solidaridad surge cuando se comprende que el otro tiene unos derechos, y que, ante esos derechos, yo tengo unas obligaciones. O si se prefiere: su dignidad es asunto mío. Los derechos del otro configuran su dignidad como persona, y su defensa y promoción configuran mi propia dignidad. Por eso, es mi responsabilidad, mi obligación, que sus derechos le sean respetados. La condición previa, obviamente, es que yo sepa reconocer en el otro a ese sujeto de derechos, en igual dignidad que yo, y del cual yo soy responsable, es decir, debo rendir cuentas de su situación.
- La solidaridad nos hace responsables todos de todos. Por insignificante que parezca esta expresión, significa no sólo que nosotros, los del Primer Mundo, somos responsables de los del Tercer Mundo, sino que ellos son responsables de nosotros. Y no quiero decir que hay que cargarles con la pesada carga de salvarnos de nuestro egoísta y vacío estilo de vida. Lo que quiero decir es que ellos son tan protagonistas como nosotros, o mejor dicho, que en realidad ellos han de ser los primeros protagonistas de su propia liberación. Son los pueblos oprimidos quienes han de ser sujetos del cambio. Por este motivo, la solidaridad para con los pobres sólo es tal si lo es desde los pobres y con los pobres.
En conclusión, un genuino concepto de solidaridad, en mi opinión, sería aquel que pasase el test de estas preguntas, dirigidas a lo más profundo de nuestra conciencia: ¿Nuestra solidaridad nos hace sentir en las entrañas el dolor de tantas personas oprimidas? ¿Nuestra solidaridad supone una decidida voluntad por cambiar de estilo de vida? ¿Nuestra solidaridad tiene una clara dimensión política que incida en las estructuras injustas en que vivimos? ¿Nuestra solidaridad es vivida como una responsabilidad de la que no podemos excusarnos y en la que se juega, no sólo la dignidad de los otros, sino la nuestra propia? ¿Nuestra solidaridad hace a los pobres los auténticos protagonistas del cambio?
José Luis Quirós
José Luis Quirós
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