III. De
la indignación a la esperanza
Hacía
una llamada a la acción responsable en la anterior carta. Sin
embargo, todas las razones y sesudos argumentos, apoyados en citas
filosóficas que pudiéramos aportar, no nos moverían ni un sólo
ápice si el asunto en cuestión no tocara de alguna manera nuestras
entrañas.
Ya
Hume (perdón por citar filósofos, ejem…) decía que es la emoción
el verdadero motor de nuestras acciones. Sí, en el fondo es una
cuestión pasional. Como todo lo genuinamente humano. Pero, por eso
mismo, ambiguo. La pasión nos puede llevar a “berrear un eslogan”
o a “despreciar” a quienes piensan de otro modo, como dices en tu
carta. En este sentido, la política es capaz de anular nuestro
juicio, desatar nuestras pasiones y sacar lo peor de nosotros. Estoy
de acuerdo contigo.
También lo se por experiencia propia. Mi abuelo paterno era un
jornalero andaluz que luchó en el bando republicano hasta que escapó
a través de los montes para poder estar junto a su mujer cuando daba
a luz a uno de sus cinco hijos. Terminada la guerra, se ponía en la
plaza del pueblo con mi padre y mis tíos mientras el capataz del
gran terrateniente Domecq les tocaba con la vara en el hombro en
señal de que ese día pdían ir a cuidar toros en el cortijo. A
mediodía, bajo los olivos, mientras comían pan y chorizo, les lejía
fragmentos de Marx y discursos de La Pasionaria. Mil kilómetros al
norte, en las montañas de Cantabria, mi abuelo materno se escondía
de los rojos por ser de derechas. Tras el conflicto falleció y el
cabeza de familia pasó a ser mi tío, militante de la Falange
Española, cuidada expresión de genuino fascismo. Es fácil
comprender que mis dos familias, paterna y materna, han convivido
difícilmente en democracia. Cuando posiciones enfrentadas, cargadas
de hybris y asentadas sobre los muertos, chocan entre sí, es
difícil escapar a la pasión ciega que, con frecuencia, inunda la
política. Desembarazarme de esa ceguera ha sido la primera tarea de
“saneamiento político” que llevé a cabo. No sé si he cultivado
mi propia ceguera. Quiero creer que no. Pero hay que estar atento ya
que, como dije, la política es irremediablemente pasional y nadie
está libre de los peligros derivados de este hecho.
Por
tanto, es cierto que los apasionamientos políticos han sido y son
fuente de enfrentamiento, odio, violencia y sinrazón. Pero, si me
permites el juego de palabras, solo quien siente con fuerza en sus
entrañas el dolor ajeno (com-pasión)
puede actuar de manera valiente y decidida (con
pasión).
A mi entender, la pasión, en su justa medida, es imprescindible. En
cierto modo, es esa pasión la que me ha parecido que late en ti
cuando dices que te sientes “ofendida” al contemplar la situación
actual. No soportas la mentira, la corrupción, el borreguismo o la
manipulación. Te duele, te repele, y te exalta (afortunadamente, con
mesura) al modo en que tú te exaltas: escribiendo. Exaltarse no está mal. Depende de cómo y para qué. ¿No es el arte una exaltación
del artista? Cuando el 15 de mayo se bautizó a los ocupantes de la
Plaza de Sol como “los indignados” se acertó de pleno. La
“indignación” es el profundo sentimiento de rechazo hacia todo
aquello que se considera no-digno. No es una cuestión de ideologías
políticas sino de dignidad. En conclusión: bienvenida la pasión;
bienvenidos el enfado, la rabia, la indignación; bienvenidas las
emociones, que no son enemigas de la razón, cuando van unidas a ésta
en su fin y en su modo (gracias, griegos, una vez más!!).
Hace
falta pasión. Con justicia y equilibrio. Esa es la indignación que
ha brotado en los últimos años, empezando por nuestro país y
reproduciéndose en otras partes, tomando pacíficamente las plazas
(por fin de nuevo ocupando el ágora). Indignación, sí. Pero no
ciega ni inútil, sino razonada, pacífica y con un objetivo: cambiar
las cosas. Y
aquí topamos con el otro muro. ¿Es posible cambiar las cosas? En tu
primer escrito muestras tu escepticismo desencantado
al afirmar que la política (o los políticos) “nunca corresponderá
a mi confianza”, “nunca dejará de decepcionarme”, “nunca
protegerá honestamente mis derechos”. Es duro este repetido
“nunca”. Este abatimiento solo puede ser comprensible si brota de
una experiencia real de fracaso porque, si solo es una posición
intelectual, humildemente creo que es excesivo.
Pero, además, como
dije en la primera carta, ¡alguien tiene que soñar! “Nunca”
es la palabra que certifica la defunción de la esperanza, y si no
hay esperanza, ¿qué se puede esperar? Una
vez más comparto contigo que el compromiso político ha dado lugar a
muchas decepciones, tanto mayores cuanta más ilusión se puso en él.
Pero, si dejamos de esperar y, por tanto, dejamos de actuar, ¿en
manos de quienes quedaremos? ¿Quiénes dictarán nuestros caminos?
¿Quiénes manejaran nuestros hilos?
Renunciar
a la esperanza es como negarse a salir de la caverna platónica y
preferir vivir entre las sombras. Y te concedo que, efectivamente,
NUNCA la realidad será como lo soñado. Como tampoco llegará nunca la
persona ideal a la que amar (no existe) pero aprender a amar (a una
persona real) será lo único que merezca “realmente” la pena. Es
un tópico decir que el horizonte nos sirve para saber hacia dónde
caminar. Pues eso, valga el tópico. Aunque nunca alcance el
horizonte.
Dices
que la posibilidad de cambiar el mundo no la ves, y que te parece
más realista (dado lo abrumadora que es la realidad) actuar el en
pequeño círculo de nuestra vida cotidiana.
Cierto.
Un bonito lema que ha animado a los movimientos sociales de esta última
década ha sido “piensa globalmente y actúa localmente”. Yo no
creo que vaya a cambiar el mundo, ni todo entero (espacio) ni ya
(tiempo). Soy un ser humano. Nada más. Pero sí creo que formo parte
de una gran corriente, una corriente de de gente que va generando
vida poco a poco, que actúan en su ámbito cercano y, si pueden, un
poco más allá, creyendo que sus sencillos actos se expanden en
círculos concéntricos...como el efecto mariposa. Sí, lo creo. Creo
que cambias el mundo cada vez que escribes en tu blog. Creo que
cambias el mundo cuando eres fiel a tus amigos. Creo que cambias el
mundo cuando cultivas con tanta exquisitez tu educación. Y, como
dije en otra ocasión, te lo digo con sincero sentimiento. La vida
sencilla y cotidiana es el ámbito especial y privilegiado donde se
cambia el mundo, y ninguna revolución, por excelsa que parezca,
logrará sus mismos benéficos efectos. ¿Esto es huir de la realidad
para refugiarse en mi calentita y cómoda cotidianeidad? Puede serlo,
pero no lo será si pensamos y sentimos globalmente. En cuanto
dejamos un hueco (honesto y sincero) al otro, a los demás, el mundo
se nos cuela y, casi de manera natural, nuestra acción se extiende
más allá de dónde en un principio pensábamos o queríamos. La
“acción política” no es un deber que cumplir: es un vaso
agradecido que desborda.
Y
cuando desborda, en efecto, ya no hay frontera nítida entre vida
privada y pública. Pero esto no es angustioso ni caótico
sencillamente porque ambas esferas desaparecen como tal, no son
parcelas distintas y menos aún opuestas, sino tan solo mi misma y
única vida.
Al igual que en el grafiti de Banksy permíteme, desde la indignación ilusionada, arrojar...flores.
Con cariño