Capítulo II. De la responsabilidad
Querida
Julia:
Terminé
mi anterior carta afirmando que “elegimos lo que queremos saber”.
Hoy quiero afirmar, también, que “elegimos lo que queremos hacer”.
La
realidad está ahí, delante de nosotros, más aún, somos parte de
ella. Y, en consecuencia, responsables. Siempre somos responsables.
Todos. Responsable no es lo mismo que culpable. Si digo que soy
responsable de lo que ocurre no quiero decir que sea culpa mía.
Responsable es “aquel con capacidad para dar respuesta”. Por
tanto, si en la primera carta te invitaba a ser honrados con la
realidad ahora te propongo “hacernos cargo” de la realidad.
Porque,
en verdad, no existe la no-acción. Hay quienes obran para que la
realidad sea “cruda realidad”, y hay quienes procuran que llegue
a ser “realidad soñada”. Otros, en fin, por múltiples motivos,
a veces muy comprensibles, dan la espalda a la realidad o la miran
inermes y estupefactos. También su postura repercute sobre la
realidad. ¿Qué postura adoptar?
Recuerdo
a algunos sofistas que, so pretexto de que la verdad no se puede
conocer, animaban a que cada cual utilizara el saber para alcanzar
poder y éxito. En contrapartida, aceptar pasiva y serenamente el
devenir de la realidad era un lujo estoico que solo los acomodados se
podían permitir. Me gusta más la posición marxista: “Ha llegado
el tiempo en que no toca pensar la realidad sino transformarla”.
Citar
a Marx no me hace marxista. No pretendo serlo, aunque tampoco me
importaría (con matices y correcciones). Tan solo quiero subrayar
que ante la realidad solo cabe, en mi opinión, una postura:
transformarla. En la cartelera de mi clase siempre cuelgo la misma
frase, tomada de la película de “El reino de los cielos”: ¿Qué
hombre es aquel que no quiere cambiar el mundo?
Transformar
la realidad me toca a mí. No es cosas de los políticos. La política
no es para los políticos. ¡Qué más quieren ellos que ostentar ese
monopolio! La política es una dimensión de mi ser por la cual me
realizo como persona. Te prometo que lo afirmo como lo vivo y como lo
siento. No puedo dejar de ser político como no puedo dejar de
divertirme, o de amar.
Actuar (políticamente) es mi responsabilidad. Entiendo que no tengas confianza en los políticos y que veas absurdo apostar por alguien de quien dices que no has oído hablar jamas. ¡Bien!: no tienes por qué hacerlo. Lo que trato de decirte es que yo (y muchos más) no quiero (no queremos) esta democracia.
Actuar (políticamente) es mi responsabilidad. Entiendo que no tengas confianza en los políticos y que veas absurdo apostar por alguien de quien dices que no has oído hablar jamas. ¡Bien!: no tienes por qué hacerlo. Lo que trato de decirte es que yo (y muchos más) no quiero (no queremos) esta democracia.
Nuestra democracia es tan sólo formal: los ciudadanos votamos a unos representantes que forman el parlamento en el que se deciden las leyes que nos gobiernan. Este sistema es muy deficiente. En primer lugar, la ley electoral facilita el bipartidismo que hace posible el espejismo de la alternancia política. Es segundo lugar, es sabido que la casta política obedece los dictámenes de una élite banquera y empresarial. En tercer lugar, y lo más importante, depositando el voto en una urna, los ciudadanos se lavan las manos no quedando más opción que el pataleo hasta la próxima votación. Sus defectos son más, pero no es el tema.
Sin
embargo, por defectuosa que sea, la democracia ha de ser mantenida.
En mi opinión, no se ha llevado a la práctica en toda la historia
un sistema mejor. Rechazo todo tipo de absolutismo, sea monárquico,
aristocrático o dictatorial. Y constato que, cuando la democracia se
ha visto corroída por la corrupción y el desencanto, lo que ha
venido después, invariablemente, ha sido el totalitarismo. De
derechas y de izquierdas. ¿Que cabe esperar, entonces?
La mejor salida, la única salida es “más” democracia. No más de lo mismo, sino más en calidad. Es decir, que pasemos de una democracia formal a una democracia real. Se que es un sueño, que puede parecer una utopía estúpida, pero soy de los que no saben vivir sin utopías. No se si la de Moro o la de Huxley, el paraíso bíblico o los Campos Elíseos. Pero, aunque suene paradójico, la realidad precisa de sueños. Insisto, sueños no para huir de la realidad, sino para transformarla.
Más
democracia. Ese es el objetivo. Para eso los ciudadanos tenemos que
responsabilizarnos de nuestras vidas y no delegar en nadie mediante
ningún voto. Democracia directa y participativa. Esa es la meta.
Quiero participar en las asambleas políticas de mi barrio de
Vallecas. Quiero elaborar, junto a organizaciones, asociaciones de
vecinos y otras plataformas, propuestas de ley. Quiero debatir esas
propuestas en los foros. Quiero escuchar otras ideas y argumentos.
Quiero ponerme en la piel de quienes padecen los problemas que yo no
tengo. Quiero desarticular los partidos políticos y crear una red
ciudadana de debate y decisión. Quiero votar por mí mismo las
leyes. Quiero construir el gobierno como se construye una wiki.
Quiero, en definitiva, que el diálogo, la participación directa y
el consenso se conviertan en una actitud de vida, en un modo de ser
persona. Eso quiero. Hacia eso apuntan muchas personas y
organizaciones en estos inicios del siglo nuevo.
En
este sueño hay poco lugar para los políticos. Hay lugar para los
ciudadanos. Nos toca ser mayores de edad. Mi vida es mía, nuestro
mundo es nuestro. No necesitamos delegados representantes. Hay
término (un tanto raro) para indicar este reconocimiento de la
capacidad y la asunción de la responsabilidad que lleva anexa:
empoderamiento. Los políticos pueden ser muy criticables. Sin duda.
Pero, a mi entender, es la hora de poner el acento en lo que yo, en
lo que nosotros, podemos hacer. Empoderarse es asumir las riendas de
nuestro destino. Nada griego este pensamiento...o sí.
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