Me ha escandalizado el libro
publicado bajo el patrocinio del arzobispo de Granada titulado “Cásate y se
sumisa”. En la contraportada del libro puede leerse “Ahora es el momento de
aprender la obediencia leal y generosa, la sumisión”. Me he quedado atónito. Este
libro pretende poner en valor el matrimonio cristiano pero, a mi entender, lo
único que consigue es provocar rechazo y desafección. Flaco favor a la fe, y
peor favor aún a las mujeres (sigue...)
Defiende el libro Monseñor
Francisco Javier Martínez, arzobispo de Granada, con una serie de argumentos
que espero poder desmontar sin mucha complicación.
Asegura, en primer lugar, que se
está criticando el libro sólo por el título, sin haber leído su contenido. Y yo
le digo: ¡es que el título es muy ofensivo! De entrada, no me gusta el uso del
imperativo en las cuestiones religiosas: ¡Cásate!, ordena el título. Pero
quizás esto son rarezas mías. Lo que no es de recibo la orden de que la mujer
sea sumisa. Sumisión significa sometimiento y obediencia.
La palabra sumisión
alude a una relación desigual entre uno fuerte y otro débil, entre uno superior
y otro inferior, entre uno que manda y otro que acata sus dictados. Más aún, en
el contexto de la relación entre hombre y mujer, sumisión hace referencia a
toda una historia de dominación patriarcal en la que el varón ha ejercido un
poder absoluto sobre la mujer, como dueño y señor.
Dado que la mujer debía
sumisión al marido se justificaban toda una serie de conductas dominadoras:
reclusión en el ámbito doméstico, impedimentos para acceder a la educación,
incapacidad para gestionar sus propios bienes, obligatoriedad de cumplir con el
acto sexual, derecho del marido a reprender y castigar a la mujer e, incluso, a
ejercer cierta violencia sobre ella. ¡Este es el problema!: hablar de sumisión
no solo justifica sino que incita a perpetuar un modelo de dominación machista
que desprecia y rebaja la dignidad de la mujer. Lo siento, estimado arzobispo,
pero la palabra está muy mal elegida.
Pero, posiblemente consciente de
ello, el arzobispo da un paso más alegando que la palabra sumisión está tomada
de los escritos de san Pablo. ¡Qué argumento! Cualquier persona mínimamente
formada en teología sabe que la interpretación bíblica exige, por honestidad
con la propia Palabra de Dios, distinguir entre lo que es acorde con el mensaje
evangélico y lo que es propio de la cultura y mentalidad de la época. Ya se que
san Pablo habla de sumisión, pero todo teólogo en su sano juicio y con un
mínimo de sentido común está de acuerdo en considerar esto como un defecto de
la mentalidad de aquel momento y, por tanto, incompatible con el mensaje de
Jesús.
Una vez más, como si en el fondo
el arzobispo ya supiera esto, intenta explicar en qué sentido se usa la palabra
sumisión. Según él, la palabra sumisión quiere significar la entera donación
amorosa que acontece en la unión matrimonial. Muy bonito, de verdad lo digo.
Pero si es así, ¿por qué no habla directamente de donación y amor, referido a
ambos cónyuges por igual?
El caso es que, supongo que
viendo que no tiene ningún argumento racional, al final el arzobispo se tira al
monte con el único argumento que le queda: acusar de malvados a los que
critican el libro. Es la vieja defensa del argumento “ad hominen”: intentar
echar basura sobre el contrario. En esta ocasión el arzobispo dice que, en
realidad, los que critican el libro están movidos por intereses oscuros y
maléficos, que su finalidad no es defender la dignidad de la mujer sino atacar
a la iglesia y revivir los peores momentos en los que ésta era perseguida.
Incluso llega a arengar a los fieles de su diócesis a mantenerse firmes y
alegres en medio de la persecución. ¡Sitúa esta polémica en un ambiente similar
al vivido en la España de la Guerra Civil! ¡Esto es de locos!
Como puede observarse, el señor
arzobispo acaba reivindicando para él, y para toda la Iglesia, la condición de
víctima. Pero quiero dejar bien claro que, a mi juicio, el mensaje que predica
incita a generar víctimas: víctimas de la violencia de género. Porque la
violencia de género no es sólo gritar, insultar, pegar o matar. Violencia
también es someter a otra persona, aunque sea tras haberla convencido de que
debía obedecer sumisamente. No dudo de que el libro no anima a lo primero pero
sí creo que incita a lo segundo.
Por cierto, así lo ha entendido
la Junta de Andalucía la cual, a través de la consejera de Igualdad, Salud y
Bienestar Social, María José Sánchez, ha pedido que se retire el libro porque
fomenta los valores de "desigualdad y sumisión" de la mujer hacia el
hombre.
¡Cuánto nos queda por andar! Hay
que estar ciego para no reconocer que la mujer ha sido y es víctima del sistema
patriarcal y, como víctima, debía recibir un trato exquisito y preferencial por
parte de la Iglesia. Pero, lejos de ello, esta institución de varones sigue
alimentando rancias mentalidades de dominio. Hay excepciones, la Iglesia es muy
grande y hay mujeres y hombres que luchan por la igualdad real. Pero en este
aspecto, como en otros, estamos muy por detrás de la sociedad civil. Y la
Iglesia no existe para ir por detrás, sino por delante. Si no, no sirve. Así que propongo un lema
alternativo de por dónde debe transitar la Iglesia: que le diga a la mujer, al
igual que al hombre, parafraseando a san Agustín, “Ama y sé libre”.
José Luis Quirós Saiz
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