Días atrás me
encontraba con unos amigos tomando algo en un bar. Durante la
conversación mostré en el móvil una imagen que me habían llegado
con la cartilla de notas escolares de Mariano Rajoy. Eran
calificaciones bajas, mediocres, y nos reíamos porque Rajoy no
alcanzaba la nota media de 6,5 que su actual ministro Wert exige para
que un alumno reciba una beca para estudiar. En ese momento, una
mujer que estaba sentada con su pareja en la mesa contigua, se metió
directamente en la conversación para afirmar que el ministro Wert
tenía toda la razón del mundo para no conceder becas más que a los
que superasen el 6,5 ya que de esta manera se premiaba a los buenos
estudiantes y se castigaba a los vagos. Aunque no me pareció muy
educado que esta persona se metiera en una conversación ajena, sin
embargo estimé que sería inadecuado no responder a su comentario ya
que callar habría significado darle la razón (sigue...)
Empecé
mi réplica afirmando que estaba de acuerdo con el criterio de que
había que premiar a los buenos estudiantes, pero que ese no podía
ser el único motivo para conceder una beca. Mi argumentación era
sencilla: si un alumno obtenía una media de 6,4 no recibía la beca
y, si era de familia humilde, no podría pagarse los estudios y
tendría que abandonarlos; en cambio, otro alumno podría obtener tan
sólo un 5 raspado pero, si su familia era pudiente, podría
continuar estudiando porque su nivel económico se lo permitía.
La
mujer no rebatió mi argumento, sino que, como suele suceder cuando
hay prejuicios establecidos, se limitó a repetir el suyo con más
vehemencia: “¡si un alumno quiere beca tiene que esforzarse para
superar el 6,5 y demostrar que se merece el dinero!” A lo cual yo
le respondí que me parecía un criterio injusto ya que se tendrían
que esforzar más los pobres que los ricos: estos últimos no
necesitarían demostrar un nivel académico alto para seguir sus
estudios, mientras que a los primeros se les pediría un nivel
académico superior para poder seguir estudiando. En resumen: para
poder estudiar al pobre se le exigirá mucho más esfuerzo que al
rico. Y esto es una injusticia porque ambos alumnos parten de una
situación desigual en función de su nivel económico.
Nada
le convenció porque, como es típico, en muchos de estos diálogos
no hay voluntad de debatir racionalmente con la consiguiente
disposición a cambiar de opinión, si no que, simplemente, se trata
de arrojar lo que uno cree a su contrario, con el fin de agredirle o,
como mínimo, de reafirmarse uno mismo en lo que cree y tranquilizar
su conciencia. Y como la discusión no avanzaba, decidí ponerle fin
caballerosamente: le dije que, pese a tener ideas tan distintas, lo
bueno era poder hablar y terminar como amigos. Nos deseamos los
buenos días y seguimos cada cual en su mesa con nuestros asuntos.
Aquí
y ahora, en el monólogo que es esta reflexión, me puedo permitir
explayarme en mis argumentos, no con la intención de autoconcederme
la razón, sino para exponerlos públicamente para su debate.
Mi
posición inicial es que las ayudas económicas al estudio (becas) se
conceden en primer lugar en función de la situación económica del
alumno, no de sus resultados académicos. Me explico: el dinero lo
necesita, ante todo, el que no lo tiene. Por tanto, el primer
criterio para adjudicar becas ha de ser el nivel económico del
alumno. Ha esta afirmación hay que hacer dos aclaraciones: no
siempre hay que dar dinero a todos los alumnos con ingresos bajos,
del mismo modo que también se le puede dar dinero a alumnos en
función de su rendimiento académico.
Vemos
despacio estas dos aclaraciones. La primera quiere decir que hay
alumnos que, habiendo recibido una beca en función de sus bajos
ingresos, malgastan esa ayuda porque no van a clase o porque
suspenden reiteradamente. Dicho de otro modo: si hay absentismo o el
alumno no es capaz de superar los estudios, es lógico cuestionarse
si hay que emplear dinero (público, que es de todos) en una causa
que parece que no va a llegar a buen puerto. O como decía aquella
mujer: los vagos o los malos estudiantes declarados no pueden ser un
agujero roto por el que se vaya el dinero público. Para mí esta
idea es aceptable.
La
segunda aclaración significa que, si bien la beca está pensada
primera y principalmente para ayudar a quienes están escasos de
recursos, eso no quita para que también se pueda premiar
económicamente a los alumnos que se esfuerzan y trabajan por dar lo
mejor de sí en sus estudios. Apoyar a los buenos estudiantes es, por
un lado, un modo de reconocimiento, y, por otro, una inversión de
futuro en capital humano. Por tanto, sin duda los resultados
académicos positivos son merecedores de la concesión de becas.
En
conclusión, y a mi entender, la lógica nos lleva afirmar que las
becas han de concederse atendiendo a dos criterios y nunca a uno
solo: situación económica y rendimiento académico. Atender solo a
uno de ellos es errar el tiro.
No
obstante, de estos dos criterios, que van unidos y son indisolubles,
la primacía corresponde al primero. ¿Por qué? Porque, según los
estudios sociológicos, y sabiendo que lo que voy a decir es una
generalización, los alumnos que pertenecen a familias de clase baja
suelen tener más dificultades en los estudios y peores resultados.
Insisto en que, como toda generalización, debe ser tomada con
cautela. Pero no es ningún secreto que, en general, las familias con
ingresos más bajos suelen corresponder a progenitores con peores
trabajos e inferiores estudios o sin ellos, lo cual hace que el
apoyo, el interés o la ayuda que puedan prestar a sus hijos es
menor. Una mala situación económica, si además desemboca en
desempleo, a su vez, incide en problemas familiares como la
desestructuración, el alcoholismo, la depresión, la violencia de
género etc.
No quiero decir que estos sean problemas exclusivos de
los “pobres” o producidos por ellos, pero es cierto que el índice
es mayor en las clases bajas. Cualquiera que haga un repaso por los
distintos institutos de Madrid verá que, siendo todos públicos, los
resultados de sus alumnos dependen mucho del barrio en el que estén,
es decir, del nivel socioeconómico de sus familias, el cual suele
repercutir en el rendimiento escolar. Pertenecer a una clase social
baja es ya, de partida, una desventaja para el rendimiento escolar.
¡¡¡Y esto es precisamente lo que hay que ayudar a corregir!!!
Habrá que hacerlo con ayuda económica al alumno, pero también con
apoyos escolares, asistencia a la familia, orientación
psicopedagógica, etc. La igualdad no puede consistir en tener las
mismas oportunidades, sino en eliminar las desventajas previas, es
decir, elevar a un nivel superior al que está más abajo. No hacer
esto es perpetuar la injusticia: los alumnos de familias con más
dificultades son más proclives a tener un recorrido escolar más
complicado y con peores resultados, con lo cual, al llegar al nivel
universitario, sus notas medias pueden no alcanzar el 6,5 requerido
por el ministro Wert, y entonces abandonarán sus estudios y se
incorporarán como puedan al mercado laboral, siguiendo dentro de la
clase baja y, por tanto, también sus futuros hijos, cerrando así el
círculo de una marginación programada. El 6,5 no es sólo una
manera de ahorrar dinero sino, lo que es mucho más importante, de
mantener la segregación de clases.
Para
terminar quiero hacer una última matización. Si bien he dicho que
me parece bueno tener en cuenta el rendimiento académico a la hora
de conceder las ayudas económicas, sin embargo no me resigno a
pensar que dicho rendimiento se mida única y exclusivamente por las
notas obtenidas en las asignaturas. Se que me adentro en un terreno
pantanoso del que quizás yo mismo no sepa cómo salir, pero merece
la pena al menos plantear el debate: ¿la valoración de un alumno es
reducible a un número, obtenido casi siempre en unos exámenes? ¿Qué
cabría decir de grandes personalidades, incluso genios de la
historia de la humanidad, cuyas notas eran mediocres?
Hay
personas con muchas capacidades, con grandes cualidades que, sin
embargo, no se reflejan en unas notas brillantes. ¿Se les cortará
las alas por no sacar sobresalientes? Se me dirá que de algún
modo habrá que evaluar, y que si se quiere ser objetivo habrá que
fijar un número. En parte estoy de acuerdo, fijemos un número, pero
¡ese número ya existe y es 5! ¿Por qué ahora de repente subir a
6,5? ¿Por qué no ponerlo mañana en 8? Así que si de fijar número
se trata, dejémoslo en el 5 y punto.
Pero
este no es el debate profundo de la cuestión. El debate que quiero
plantear es que las notas no muestran toda la capacidad de la
persona. Decía Einstein, un genio que fue mal estudiante, que “la
imaginación es mucho más importante que el conocimiento”.
Nuestros exámenes evalúan conocimientos, pero nadie evalúa la
imaginación. Lo que quiero decir es que habría que idear un sistema
en el que se valoren más aspectos del alumno que los meros
resultados de sus exámenes (y no nos engañemos, esto, al menos en
la universidad, prácticamente no se hace). Por ejemplo: ¿se evalúa
la creatividad? ¿Se evalúa la empatía? ¿Se evalúa la capacidad
crítica sobre el uso del conocimiento adquirido? ¿Se evalúa la
aplicación solidaria de lo estudiado? ¿Se evalúa la cooperación
en equipo? ¿Se evalúa la capacidad de dialogar con tolerancia? ¿Se
evalúa el grado de superación del alumno respecto a sí mismo (no
en relación a otros)? ¿Se evalúa la ilusión? ¿Se evalúa la
humildad, tan necesaria en el ámbito del saber? ¿Se evalúa...?
Una
persona tiene multitud de aristas, facetas y dimensiones. Si vamos a
medir solo notas de exámenes ¡qué pobre y reduccionista me parece!
Pero si se me objeta que la única manera objetiva de evaluar son las
calificaciones, entonces pido que el ministro retire sus palabras
cuando afirmó que un alumno que no obtiene una media de 6,5 es que
ha equivocado su camino y que es un deber hacerle ver que deber tiene
que dejarlo. Y me pregunto yo: ¡¿Qué criterio objetivo es el que
dice que un 6 equivale a “haberse equivocado en el camino elegido”?
Supongamos que yo pudiera llegar a admitir que no se pueden medir la
creatividad, la humildad, la solidaridad, la capacidad crítica, o la
imaginación. Vale. ¡¡Pero que no se puedan medir no significa que
no existan!! Sólo la mera posibilidad de que existan obliga a que
puedan ser desarrolladas. Y si existen (cosa que puede ocurrir aunque
no se llegue al 6,5) ¿quién es el ministro para decirle a un alumno
que deje la carrera? ¡Déjele estudiar, apóyele en lo que necesite,
veamos si desarrolla sus capacidades, y Dios dirá! ¿O es que acaso,
señor ministro, Dios es usted?
José Luis Quirós
Cuando esa señora centró su discurso en torno al dinero, fue cuando "se le vio el plumero". Además, su demanda de premiar al que se esfuerza ya está satisfecha, al menos al nivel más costoso, el universitario: alumno que obtiene matrícula de honor, no paga tasas.
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