sábado, 6 de julio de 2013

6,5: cuando estudiar es cosa de ricos



        Días atrás me encontraba con unos amigos tomando algo en un bar. Durante la conversación mostré en el móvil una imagen que me habían llegado con la cartilla de notas escolares de Mariano Rajoy. Eran calificaciones bajas, mediocres, y nos reíamos porque Rajoy no alcanzaba la nota media de 6,5 que su actual ministro Wert exige para que un alumno reciba una beca para estudiar. En ese momento, una mujer que estaba sentada con su pareja en la mesa contigua, se metió directamente en la conversación para afirmar que el ministro Wert tenía toda la razón del mundo para no conceder becas más que a los que superasen el 6,5 ya que de esta manera se premiaba a los buenos estudiantes y se castigaba a los vagos. Aunque no me pareció muy educado que esta persona se metiera en una conversación ajena, sin embargo estimé que sería inadecuado no responder a su comentario ya que callar habría significado darle la razón (sigue...)




           Empecé mi réplica afirmando que estaba de acuerdo con el criterio de que había que premiar a los buenos estudiantes, pero que ese no podía ser el único motivo para conceder una beca. Mi argumentación era sencilla: si un alumno obtenía una media de 6,4 no recibía la beca y, si era de familia humilde, no podría pagarse los estudios y tendría que abandonarlos; en cambio, otro alumno podría obtener tan sólo un 5 raspado pero, si su familia era pudiente, podría continuar estudiando porque su nivel económico se lo permitía. 
La mujer no rebatió mi argumento, sino que, como suele suceder cuando hay prejuicios establecidos, se limitó a repetir el suyo con más vehemencia: “¡si un alumno quiere beca tiene que esforzarse para superar el 6,5 y demostrar que se merece el dinero!” A lo cual yo le respondí que me parecía un criterio injusto ya que se tendrían que esforzar más los pobres que los ricos: estos últimos no necesitarían demostrar un nivel académico alto para seguir sus estudios, mientras que a los primeros se les pediría un nivel académico superior para poder seguir estudiando. En resumen: para poder estudiar al pobre se le exigirá mucho más esfuerzo que al rico. Y esto es una injusticia porque ambos alumnos parten de una situación desigual en función de su nivel económico.
        Nada le convenció porque, como es típico, en muchos de estos diálogos no hay voluntad de debatir racionalmente con la consiguiente disposición a cambiar de opinión, si no que, simplemente, se trata de arrojar lo que uno cree a su contrario, con el fin de agredirle o, como mínimo, de reafirmarse uno mismo en lo que cree y tranquilizar su conciencia. Y como la discusión no avanzaba, decidí ponerle fin caballerosamente: le dije que, pese a tener ideas tan distintas, lo bueno era poder hablar y terminar como amigos. Nos deseamos los buenos días y seguimos cada cual en su mesa con nuestros asuntos.

        Aquí y ahora, en el monólogo que es esta reflexión, me puedo permitir explayarme en mis argumentos, no con la intención de autoconcederme la razón, sino para exponerlos públicamente para su debate.
       
     Mi posición inicial es que las ayudas económicas al estudio (becas) se conceden en primer lugar en función de la situación económica del alumno, no de sus resultados académicos. Me explico: el dinero lo necesita, ante todo, el que no lo tiene. Por tanto, el primer criterio para adjudicar becas ha de ser el nivel económico del alumno. Ha esta afirmación hay que hacer dos aclaraciones: no siempre hay que dar dinero a todos los alumnos con ingresos bajos, del mismo modo que también se le puede dar dinero a alumnos en función de su rendimiento académico.

        Vemos despacio estas dos aclaraciones. La primera quiere decir que hay alumnos que, habiendo recibido una beca en función de sus bajos ingresos, malgastan esa ayuda porque no van a clase o porque suspenden reiteradamente. Dicho de otro modo: si hay absentismo o el alumno no es capaz de superar los estudios, es lógico cuestionarse si hay que emplear dinero (público, que es de todos) en una causa que parece que no va a llegar a buen puerto. O como decía aquella mujer: los vagos o los malos estudiantes declarados no pueden ser un agujero roto por el que se vaya el dinero público. Para mí esta idea es aceptable.
        La segunda aclaración significa que, si bien la beca está pensada primera y principalmente para ayudar a quienes están escasos de recursos, eso no quita para que también se pueda premiar económicamente a los alumnos que se esfuerzan y trabajan por dar lo mejor de sí en sus estudios. Apoyar a los buenos estudiantes es, por un lado, un modo de reconocimiento, y, por otro, una inversión de futuro en capital humano. Por tanto, sin duda los resultados académicos positivos son merecedores de la concesión de becas.
       En conclusión, y a mi entender, la lógica nos lleva afirmar que las becas han de concederse atendiendo a dos criterios y nunca a uno solo: situación económica y rendimiento académico. Atender solo a uno de ellos es errar el tiro.
         No obstante, de estos dos criterios, que van unidos y son indisolubles, la primacía corresponde al primero. ¿Por qué? Porque, según los estudios sociológicos, y sabiendo que lo que voy a decir es una generalización, los alumnos que pertenecen a familias de clase baja suelen tener más dificultades en los estudios y peores resultados. Insisto en que, como toda generalización, debe ser tomada con cautela. Pero no es ningún secreto que, en general, las familias con ingresos más bajos suelen corresponder a progenitores con peores trabajos e inferiores estudios o sin ellos, lo cual hace que el apoyo, el interés o la ayuda que puedan prestar a sus hijos es menor. Una mala situación económica, si además desemboca en desempleo, a su vez, incide en problemas familiares como la desestructuración, el alcoholismo, la depresión, la violencia de género etc. 
No quiero decir que estos sean problemas exclusivos de los “pobres” o producidos por ellos, pero es cierto que el índice es mayor en las clases bajas. Cualquiera que haga un repaso por los distintos institutos de Madrid verá que, siendo todos públicos, los resultados de sus alumnos dependen mucho del barrio en el que estén, es decir, del nivel socioeconómico de sus familias, el cual suele repercutir en el rendimiento escolar. Pertenecer a una clase social baja es ya, de partida, una desventaja para el rendimiento escolar. ¡¡¡Y esto es precisamente lo que hay que ayudar a corregir!!! Habrá que hacerlo con ayuda económica al alumno, pero también con apoyos escolares, asistencia a la familia, orientación psicopedagógica, etc. La igualdad no puede consistir en tener las mismas oportunidades, sino en eliminar las desventajas previas, es decir, elevar a un nivel superior al que está más abajo. No hacer esto es perpetuar la injusticia: los alumnos de familias con más dificultades son más proclives a tener un recorrido escolar más complicado y con peores resultados, con lo cual, al llegar al nivel universitario, sus notas medias pueden no alcanzar el 6,5 requerido por el ministro Wert, y entonces abandonarán sus estudios y se incorporarán como puedan al mercado laboral, siguiendo dentro de la clase baja y, por tanto, también sus futuros hijos, cerrando así el círculo de una marginación programada. El 6,5 no es sólo una manera de ahorrar dinero sino, lo que es mucho más importante, de mantener la segregación de clases.

        Para terminar quiero hacer una última matización. Si bien he dicho que me parece bueno tener en cuenta el rendimiento académico a la hora de conceder las ayudas económicas, sin embargo no me resigno a pensar que dicho rendimiento se mida única y exclusivamente por las notas obtenidas en las asignaturas. Se que me adentro en un terreno pantanoso del que quizás yo mismo no sepa cómo salir, pero merece la pena al menos plantear el debate: ¿la valoración de un alumno es reducible a un número, obtenido casi siempre en unos exámenes? ¿Qué cabría decir de grandes personalidades, incluso genios de la historia de la humanidad, cuyas notas eran mediocres?
        Hay personas con muchas capacidades, con grandes cualidades que, sin embargo, no se reflejan en unas notas brillantes. ¿Se les cortará las alas por no sacar sobresalientes? Se me dirá que de algún modo habrá que evaluar, y que si se quiere ser objetivo habrá que fijar un número. En parte estoy de acuerdo, fijemos un número, pero ¡ese número ya existe y es 5! ¿Por qué ahora de repente subir a 6,5? ¿Por qué no ponerlo mañana en 8? Así que si de fijar número se trata, dejémoslo en el 5 y punto.
       
Pero este no es el debate profundo de la cuestión. El debate que quiero plantear es que las notas no muestran toda la capacidad de la persona. Decía Einstein, un genio que fue mal estudiante, que “la imaginación es mucho más importante que el conocimiento”. Nuestros exámenes evalúan conocimientos, pero nadie evalúa la imaginación. Lo que quiero decir es que habría que idear un sistema en el que se valoren más aspectos del alumno que los meros resultados de sus exámenes (y no nos engañemos, esto, al menos en la universidad, prácticamente no se hace). Por ejemplo: ¿se evalúa la creatividad? ¿Se evalúa la empatía? ¿Se evalúa la capacidad crítica sobre el uso del conocimiento adquirido? ¿Se evalúa la aplicación solidaria de lo estudiado? ¿Se evalúa la cooperación en equipo? ¿Se evalúa la capacidad de dialogar con tolerancia? ¿Se evalúa el grado de superación del alumno respecto a sí mismo (no en relación a otros)? ¿Se evalúa la ilusión? ¿Se evalúa la humildad, tan necesaria en el ámbito del saber? ¿Se evalúa...?
       
        Una persona tiene multitud de aristas, facetas y dimensiones. Si vamos a medir solo notas de exámenes ¡qué pobre y reduccionista me parece! Pero si se me objeta que la única manera objetiva de evaluar son las calificaciones, entonces pido que el ministro retire sus palabras cuando afirmó que un alumno que no obtiene una media de 6,5 es que ha equivocado su camino y que es un deber hacerle ver que deber tiene que dejarlo. Y me pregunto yo: ¡¿Qué criterio objetivo es el que dice que un 6 equivale a “haberse equivocado en el camino elegido”? Supongamos que yo pudiera llegar a admitir que no se pueden medir la creatividad, la humildad, la solidaridad, la capacidad crítica, o la imaginación. Vale. ¡¡Pero que no se puedan medir no significa que no existan!! Sólo la mera posibilidad de que existan obliga a que puedan ser desarrolladas. Y si existen (cosa que puede ocurrir aunque no se llegue al 6,5) ¿quién es el ministro para decirle a un alumno que deje la carrera? ¡Déjele estudiar, apóyele en lo que necesite, veamos si desarrolla sus capacidades, y Dios dirá! ¿O es que acaso, señor ministro, Dios es usted?

                                                                                                                         José Luis Quirós


1 comentario:

  1. Cuando esa señora centró su discurso en torno al dinero, fue cuando "se le vio el plumero". Además, su demanda de premiar al que se esfuerza ya está satisfecha, al menos al nivel más costoso, el universitario: alumno que obtiene matrícula de honor, no paga tasas.

    ResponderEliminar

Tranquilo, en breve estudiamos tu caso...