Mucho se ha
hablado del papa Francisco en los poquísimos días que han transcurrido desde su
elección. Se puede decir, con toda propiedad, que este Papa está dando que
hablar. Pero esta vez para bien. Sus gestos y sus palabras están sorprendiendo
a todos por la hondura con la que apuntan a lo esencial del Evangelio: vivir
pobremente sirviendo a los más pobres.
Muchos de
nosotros, cuando en su día esperábamos a ver quién era el sucesor de Juan Pablo
II, soñábamos con un Papa progresista que introdujera fuertes reformas en la
Iglesia: que los curas pudieran casarse, que las mujeres se ordenasen
sacerdotes, que se diera cancha a la teología de la liberación, que se abriera
la mentalidad en las cuestiones de moral sexual, que se democratizara la
participación en la Iglesia, etc. La elección del cardenal Ratzinger, futuro
Benedicto XVI, nos cayó como un jarro de agua fría. Yo recuerdo que lo viví
como una bofetada a la esperanza, una puñalada de realismo frente a nuestros
sueños, como si quedase demostrado que el Espíritu y Dios no tienen arte ni
parte en esto de la Iglesia. No digo que perdí la fe, pero fue un golpe duro.
Ahora, tras
la elección de Jorge Mario Bergoglio, aunque mi fe no depende de su persona, es
cierto que se ha visto reforzada. Pero, curiosamente, estoy viviendo estos
inicios del pontificado de Francisco con ilusión y esperanza, no porque espere
de él las reformas anteriormente citadas, sino porque lo que está haciendo en
estos días me parece aún mucho más importante. Me explico.
La fe en
Jesús y el futuro de la Iglesia no se juega en el celibato opcional, ni en la
ordenación femenina, ni en las elecciones democráticas de los clérigos, ni en
el uso del preservativo, ni en ninguna otra cuestión semejante, por mucho que
yo pueda simpatizar con ellas y lo necesarias que me puedan parecer. Tampoco la
ansiada renovación de la Iglesia vendrá “desde arriba” a golpe de decreto-ley
de un papa que, por derecho canónico, tiene poder para disponer las normas que
mejor le parezcan. Dicho de otro modo: mi esperanza e ilusión proceden de que
este papa ha superado mis expectativas tanto en contenido como en forma: en
contenido, porque se ha centrado en el núcleo originario del mensaje y la vida
de Jesús: la opción preferencial por los pobres; en forma, porque en vez de
cambiar la Iglesia a base de normas lo está haciendo a golpe de testimonio, con
su ejemplo de vida, por contagio.
En efecto,
toda reforma de la Iglesia es banal si no se acomete primero lo esencial, que
es vivir en su originalidad, la opción de Jesús por servir pobremente a los más
pobres. Jesús, el Dios encarnado en alguien débil y pobre, empeñó su vida en
acercarse a los excluidos y desfavorecidos para confortarlos en su situación y
elevarlos en su dignidad de personas, aunque para ello tuvo que denunciar las
injusticias y opresiones de los ricos y poderosos. Eso, y no otra cosa, le
costó la vida. Cuando se anunció que el nuevo papa se llamaría Francisco,
enseguida caímos en la cuenta de que el nombre había sido elegido en honor a
Francisco de Asís, el santo de los pobres, el santo que, sin ninguna duda, más
se ha parecido a Jesús. El papa así lo confirmó cuando aseguró que pensó en el
nombre de Francisco cuando, al ver que la elección era inminente, un amigo
cardenal brasileño que tenía al lado le dijo: “No te olvides de los pobres”.
Todos sus gestos apuntan en esta dirección: no sólo no se va a olvidar de
ellos, sino que los va a situar como centro mismo de su pontificado. O como
diría Jesús: de ellos es el reino de Dios. Por eso ha renunciado a vivir en la
mansión vaticana, prefiriendo la sencilla residencia sacerdotal, o suele usar
el transporte público en vez del coche oficial, o viste su sencilla sotana
blanca sin ricos y ostentosos ropajes, o ha decidido celebrar el Jueves Santo
en una cárcel con jóvenes y sin medios de comunicación, en vez de las suntuosas
ceremonias de la Basílica de San Pedro retransmitidas a todo el mundo. No hay
día que pase sin que nos llegue un nuevo y sorprendente gesto del papa. Y todos
encierran el mismo mensaje: una Iglesia pobre, despojada de poder y riquezas,
cuya misión sea servir a los débiles y desfavorecidos. Si este es su objetivo,
si este es el contenido de su “reforma”, ha dado en la diana, porque ha
recuperado, por fin, el Evangelio en su pureza originaria. Si hace esto, yo no
quiero nada más. Me basta y me sobra.
Respecto a la
forma, el papa está dejando bien claro que el amor evangélico hacia los más
pobres no se impone por ley. Decidir ser pobre, entregarse a los pobres,
dejarse cambiar por los pobres, es algo que no se consigue legislando, dictando
normas, escribiendo encíclicas, e imponiendo directrices. No digo que no haya
que hacer reformas en las leyes eclesiásticas, lo que digo es que las leyes son
inútiles si no hay un testimonio de vida detrás que las respalden. El papa es
plenamente consciente de que su autoridad no es una autoridad legal, sino
moral, y que, por tanto, no procede del derecho canónico, sino de su ejemplo de
vida. El papa ya ha empezado a reforma la Iglesia sin necesidad de dictar ni
una ley, tan sólo con su testimonio. ¿De qué otro modo hizo Jesús realidad el
reino de Dios sino con su estilo de vida? No me cabe duda de que, hasta ahora,
la doctrina de la Iglesia había dicho muchas cosas positivas en favor de los pobres,
pero, como dice un refrán, “no hay nada peor que un buen consejo seguido de un
mal ejemplo”. En cambio, este papa es menos de hablar y más de hacer, y parece
dispuesto a hacer verdad eso de que no hay nada más poderoso que un ejemplo.
Queda por ver
que irá sucediendo a medida que los días y los meses vayan pasando. No digo que
con este papa haya llegado la panacea que estábamos esperando. El papa no es
Dios. Este papa tiene sus defectos y limitaciones, a lo que hay que añadir la
oposición que encontrará de todas aquellas personas y grupos que vean
amenazados su status de poder. Ya veremos en qué para todo esto. Pero los
comienzos son prometedores. Me gusta pensar que “lo que bien empieza, bien
acaba”.
No hace
apenas tres meses estudiaba en clase con los alumnos la figura de Francisco de
Asís, y hacíamos hincapié en el anhelo que había en aquella época por vivir la
fe en la sencillez y pobreza evangélicas. Poco después nos tocaba ver la
reforma luterana, que empezó, entre otras cosas, como una reacción al tremendo
poder y riqueza que la Iglesia acumulaba en aquel momento. Ahora les digo a mis
alumnos que quizás ellos hayan sido testigos de un acontecimiento histórico,
verdaderamente histórico, de esos que, pasados los años, se estudian en los
libros porque cambiaron la historia.
Me encanta la reflexión sobre el nuevo papa, la verdad es que yo tambien tengo gran esperanza en que el testimonio que esta mostrando de la Iglesia esta transformando el corazón de muchas persona creyentes y no creyentes. Gracias por tu valiosa reflexión. Luisa Quintero
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