miércoles, 28 de diciembre de 2011

Santos Inocentes



“¡Inocente, inocente!”. Entre risas y dedos que señalan, esta es la expresión más repetida en este día 28 de diciembre, día en el que las bromas se convierten en protagonistas: un muñecote colgando de la espalda, una falsa llamada telefónica, una taza que no se despega de la mesa, un reloj adelantado... La lista es tan larga como la imaginación y creatividad de la gente.
Y es estupendo. No tengo nada en contra de las bromas (si son de buen gusto y no causan daño físico ni moral) y mucho menos contra la risa, de efectos tan saludables. Me gustan las bromas y me gustan las risas, pero no este día. No precisamente este día. Hoy se celebran los Santo Inocentes. Entiendo que las fiestas a lo largo de la historia van adquiriendo matices y significaciones varias, pero pasar de celebrar la muerte de niños inocentes a hacer bromas es algo que preferiría no estuviera mezclado (sigue...)


La fiesta del 28 de diciembre commemora la matanza perpetrada por el rey Herodes contra los recién nacidos en Judea, en su intento por localizar y asesinar a Jesús, nacido de José y María. Herodes desea eliminar a Jesús porque, según los astrólogos, es el Mesías, el enviado de Dios que tarerá la salvación a su pueblo.
Este relato no es histórico en el sentido estricto sino que intenta condensar en una narración literaria hechos históricos que se han dado con mucha frecuencia y cuya enseñanza no debe olvidarse, sobre todo porque se sigue repitiendo hoy. El relato nos quiere transmitir que a lo largo de la historia los poderosos han utilizado la fuerza con toda la brutalidad y desmesura de que eran capaces para eliminar a inocentes, con tal de acabar con sus esperanzas de liberación. Es la gente sencilla, el pueblo llano que padece la violencia y la opresión de quienes les explotan y tiranizan. Son las muertes colaterales derivadas de la persecución de aquellas personas que son portadoras de un mensaje de liberación, la eliminación de quien se atreva a soñar y pedir libertad, justicia y paz. Estos son los inocentes de la historia que hoy celebramos en este 28 de diciembre.
Los casos actuales no faltan. Hace un mes dos personas de Trujillo, Colombia, amenazadas por los paramilitares, nos contaban cómo, con el propósito asentar el control sobre una zona disputada con la guerrilla, habían sacado a la población campesina y la habían masacrado. En África muchos niños son reclutados como soldados de los diferentes grupos que pelean para obtener el control del precioso coltan que han de entregar a las multinacionales. En Asia es especialmente común el secuestro de niños que son eliminados para extraerles los órganos, que a su vez irán a parar a algún hospital de los países del Norte. Mientras toneladas de comida son arrojadas al mar para mantener los precios en los mercados, miles de niños mueren cada día de hambre, el cual no es ninguna catástrofe natural, sino un asesinato sordo.
¡Inocentes, todos ellos inocentes! Víctimas de un sistema económico perverso; víctimas de guerras que no provocaron; víctimas de intereses que nunca les interesaron. Pagan los platos rotos, y pagan con su vida. Su sangre clama al cielo y es un grito de la historia entera pidiendo justicia. Eso celebramos hoy: la denuncia de este mal inmenso, y la exigencia de una justicia que no debería tardar en llegar.
Y sí, he dicho bien: lo celebramos. Lo celebramos porque en la muerte creemos que se esconde el anuncio de una liberación cierta y definitiva. No es que la muerte de los inocentes sea deseable, ni siquera como medio para obtener un fin (eso sería también perverso). Pero los creyentes confiamos en que esas muertes no serán en balde, que su sangre regará la semilla de la indignación y la esperanza. De la lucha, en una palabra. Pacífica, armada de diálogo y solidaridad, pero al fin y al cabo lucha. Hoy celebramos que no nos rendimos y que, a pesar de las muertes de miles de inocentes, seguimos en la brecha, haciendo lo que podemos, confiando que un día un Dios hará justicia. ¿no es absurdo creer esto? No, si consideramos que ese Dios a quien esperamos, era uno de esos niños perseguidos, que se libró de la muerte de puro milagro, que huyó como emigrante exiliado a otro país, que cuando volvió se entregó por entero a la causa de los orpimidos, que fue detenido y ejecutado por ello, y que, pese al aparente triunfo de la muerte y el mal, fue devuelto a la vida, y ,vivo dentro de nostros, nos anima a construir un mundo nuevo que inexorablemente vendrá, porque así nos lo ha prometido y anticipado con su resurrección.
Pocas fiestas cristianas tienen tanta hondura humana, tanto de denuncia y compromiso, tanto de esperanza, como esta fiesta de los Santos Inocentes. No sepultemos este valioso mensaje bajo las risas de las bromas...
José Luis Quirós

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