domingo, 24 de julio de 2011

El icono de Andrej Rüblev


Uno de los iconos más difundidos y venerados en la Iglesia ortodoxa es la “Trinidad” del maestro ruso Andrej Rublëv, pintado a mediados del siglo XV. Este icono escenifica el momento en que los tres ángeles, mensajeros de Yahvé, se presentan ante Abrahám mientras estaba junto a la encina de Mambré. Abrahám, pensando que son caminantes cansados, les lava los pies, los invita a descansar y les da de comer. Todo un ejemplo de hospitalidad fraterna. Acto seguido, los tres ángeles le comunican que al año siguiente Abrahám será padre de un hijo, cumpliéndose así la promesa de una descendencia que Yahvé le hizo tras salir de su tierra (sigue...)
       Esta escena nos dice que Dios visita al ser humano, se acerca a él, viene a su encuentro.  Dios no es lejano, ni desinteresado. Él está implicado en la historia. Más aún: está implicado para anunciar y hacer realidad la promesa de vida. De una situación imposible, dada por perdida, como era el caso de Abrahám y Sara, Dios es capaz de sacar vida. Donde había vejez, Dios saca un recién nacido; donde había esterilidad, Dios saca fecundidad; donde había tristeza, Dios saca risa y alegría; donde había pesimismo y desilusión, Dios saca esperanza invencible; dónde sólo había pasado, Dios saca futuro; donde había muerte segura, Dios saca vida.
        Si miramos nuestra realidad, podemos ser presa de la desesperanza y el fatalismo. ¿Puedo yo, con mis defectos, cansancios y desilusiones, seguir creyendo y luchando por mejorar y seguir adelante? ¿Puede nuestro mundo globalizado, deshumanizado y explotador, dar a luz algo bueno? ¿Puede nuestra Iglesia, envejecida, nostálgica del pasado y encerrada en sí misma, dar a luz el  mundo nuevo que es el amor de Dios? Este cuadro nos dice que sí: que allí donde  a veces ya no hay vida, esperanza y ánimo, Dios viene, nos visita, nos llena con su fuerza y abre para nosotros una ventana al futuro. Basta abrirle la puerta y acogerlo, ser hospitalario con él y sentarnos a su lado junto a la encina de Mambré. 

        El icono de Rüblev ha sido interpretrado tradicionalmente como imagen de la Trinidad. Ya sé que esto de la Trinidad suscita más reservas que simpatías, pero merece la pena intentar descubrir qué nos puede decir eso de la Trinidad. 

Decir que Dios es Trinidad equivale a afirmar que Dios no es un ser egoísta y solitario que vive para sí, encerrado en su propio yo. Antes bien, Dios, que es Padre, Hijo y Espíritu, es una comunidad de personas que se relacionan, que se comunican entre sí, y cuanto más se relacionan y comunican, más se enriquecen y más se realizan como personas. En el seno de Dios, la plenitud de amor se logra a través de la relación y la comunicación. Nosotros, creados a imagen y semejanza de Dios, estamos llamados a vivir en comunidad; somos personas en la medida en que nos relacionamos. La experiencia demuestra que quienes que se relacionan poco y se encierran en sí mismos, se van haciendo solitarios y tristes, su corazón se endurece y se deshumaniza por dentro.   
Por eso, una de las tareas más humanizadoras que tenemos por delante es crear lazos de comunión entre todos. Lazos entre los miembros de la familia, superando las relaciones superficiales y rutinarias. Lazos entre los compañeros del trabajo, venciendo las relaciones interesadas, competitivas u opresoras. Lazos entre las personas de diferentes culturas, enriqueciéndonos con sus costumbres, tradiciones, creencias y valores. Sólo esta comunión nos hará más humanos, más semejantes a Dios.
 
También, decir que Dios es Trinidad significa afirmar que el amor del Padre, el Hijo y el Espíritu es tan grande y generoso que ha dado a luz la vida del ser humano, creado para participar de la vida divina. Por eso, el Hijo se hizo hombre y habitó entre nosotros. Dios se solidariza con el ser humano, se hace uno como él, comparte su camino, sus ilusiones y tristezas, sus debilidades y problemas, y todo con un único fin: enseñarle que sólo el amor puede hacerle feliz, y regalarle ese mismo amor, que es Dios en persona. Esta es la solidaridad de Dios para con nosotros, una solidaridad cuyo rostro es Jesús de Nazaret.
A imagen de esta Trinidad solidaria, también nosotros hemos de ser constructores de solidaridad. Y solidaridad significa hacer nuestra la situación del otro para ayudarle a alcanzar una situación más humana, más digna. A medida que crecen las relaciones que decíamos antes, vamos tropezando con los márgenes, con las fronteras donde se sitúan los más desfavorecidos. Allí están los inmigrantes, los transeúntes, los alcohólicos y drogadictos, los que padecen el hambre, la guerra y la explotación. Y allí están también los parados, los enfermos, los ancianos, los que están solos y tristes. Lo mismo que Dios se abajó hasta nuestra realidad para elevarnos a su vida divina, así hemos de acercarnos a los más desfavorecidos para hacerles partícipes de una vida digna. Solidaridad es no admitir bajo ninguna condición que todas esas situaciones inhumanas sigan existiendo.Al fin y al cabo, el futuro que el cristiano sueña, y que, por supuesto, se empeña en construir, está ya dibujado en el icnono de Rüblev: una humanidad reunida en una misma mesa compartiendo todo con gozo y alegría fraterna.
 

José Luis Quirós
 


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