jueves, 14 de abril de 2011

Excelencia















Acabo de leer en la revista “Padres” (nº 56, marzo 2011) un artículo que lleva como título Excelencia. El inicio del artículo es espléndido, ya que define la excelencia como “sacar el máximo de cada persona, extraer de cada alumno, de cada alumna, todo lo que pueda dar de sí”. Más adelante insiste afirmando que “se trata de la equidad entendida como excelencia individual, como la búsqueda del pleno desarrollo de cada uno y de cada una como persona”.
Repito: me parece la noción más exacta, más justa y mejor expresada de lo que, al menos yo, entiendo por excelencia. Sin embargo, me temo que no es éste el concepto de excelencia que suelen reivindicar algunos intelectuales, profesores, familias y directores de colegios (sigue...)

Estas personas entienden la excelencia como los resultados académicos sobresalientes baremados en relación con los objetivos marcados por los programas de las asignaturas. Dichas personas suelen decir cada vez con mayor insistencia, que nuestro sistema educativo deja de lado a los buenos, que los alumnos con mejores capacidades no son atendidos adecuadamente, de modo que no llegan a obtener las calificaciones excelentes para las que están capacitados. En general, diría que es cierto. No obstante, tras la verdad de la afirmación suele esconderse un deseo, una intención, cada vez menos oculta y pudorosa, de crear un modelo educativo para alumnos de élite.
            En efecto, hay quienes reivindican poder tener un colegio en el que estudien los mejores. O, si no pueden disponer de un colegio especial para ellos, demandan que dentro del mismo colegio se les separe en clases especiales y exclusivas. So pretexto de la necesidad de  que desarrollen todas sus capacidades, se exigen programas específicos, recursos especiales, y un entorno adecuado para que puedan rendir sobresalientemente. En el fondo, se trata de crear un gueto donde los elegidos, los mejores dotados (bien por la naturaleza, bien que han tenido una mejor suerte familiar o social) puedan formar una élite, un grupo escogido que no se mezcle con alumnos de capacidades inferiores que pudieran interferir en su rendimiento académico. Sacar a las manzanas buenas para que no sean podridas por las malas.
            Comprendo algunas de las inquietudes que motivan esta reivindicación. Coincido en afirmar que, en el momento presente, se ha caído en una especie de apatía en la que se tolera que los alumnos vayan pasando de curso, estimulando muy poco la brillantez académica y conformándonos con la mediocridad. También admito que, cuando hay recursos para la atención a la diversidad, éstos se dedican mayoritariamente a los alumnos que presentan problemas de capacidad (lo cual me parece, por otra parte, muy justo). Es decir: estoy de acuerdo en que, en general, a los mejores alumnos les faltan medios para dar lo mejor de sí.
Sin embargo, más allá de esto, el problema de fondo que en realidad se plantea no es si los buneos deben ser mejor atendidos, sino si los buenos tienen que estar junto a los malos. Dicho de otro modo: resucita la reivindicación elitista y discriminatoria de separar a los buenos de los malos. Este es un debate muy antiguo y ha corrido ya mucha tinta con argumentos tanto a favor como en contra. Pero no es el objeto de esta reflexión dirimir esta cuestión. Más bien lo que pretendo es denunciar  precisamente la distinción entre alumnos buenos y malos.
No hay alumnos buenos y alumnos malos. Hay alumnos. Punto. Y cada alumno será mejor o peor no tanto en relación comparativa con otros sino en comparación consigo mismo, es decir, en virtud de si llega o no a dar de sí lo que es capaz. Por eso mismo, el artículo que ha citado de la revista “Padres” llega a decir en un momento que “se trata de que cada alumno tenga su propio itinerario de desarrollo”. No hay un intenerario común, con unos objetivos y unos programas iguales para todos, y que unos alcanzan mejor y otros peor. Lo que hay son itinerarios personales, individuales, y, por tanto, irrepetibles. La tarea de la eduación, como dice el citado artículo, es lograr sacar de cada persona todo lo que pueda dar de sí en relación a su propia capacidad. Si lo logra, entonces es un alumno excelente.
Si esto es así admitido, se deduce hay que atender a todos por igual, aunque no de la misma manera. Atender por igual significa que el objetivo es para todos el mismo: el desarrollo de cada uno en su individualidad irrepetible. Y, como es obvio, esto requerirá medias, recursos y programas diferenciados. Eso es la excelencia. Cuando la educación es personalizada y tiende a que cada alumno de lo mejor de sí, se puede decir que entonces se ha alcanzado la excelencia. Porque la excelencia no es un listón objetivo y externo (fijado por las leyes educativas) que algunos alumnos superan y otros no. La excelencia es un listón personal e interior que cada uno tiene que ir colocando en su lugar más elevado según lo máximo que cada uno llegue a dar.
Distinguir entre alumnos buenos y malos es un maniqueísmo y un determinisno que, en mi opinión, no son aceptables en educación. Es un maniqueísmo porque divide sin matizaciones, a buenos y malos, olvidando el inmenso abanico de situaciones intermedias, tantas como alumnos, Es un determinismo porque cree que, por los motivos que sean (da igual si es por naturaleza o por razón social) unos alumnos están predestinados a triunfar y otros a fracasar. Si la división ya está hecha y el resultado es muy previsible ¿para qué sirven los educadores? Supongo que únicamente, mantener una situación ya dada: permitir que los buenos sean buenos y que los malos no les contaminen.

En los tiempos que corren quizás todos en un momento dado hemos tenido la tentación de poder dedicarnos a enseñar a los mejores, dejando a parte a los peores y que se dediquen a ellos quienes tengan esa especial vocación. Ews una tentación que hay que evitar. Separar, dividir, clasificar entre buenos y malos es un error, porque, repito, no creo que sea posible hacer tal distinción. Cada alumno es bueno porque no hay nadie que no tenga ninguna capacidad, y será más bueno en la medida que de lo mejor de sí, en relación consigo mismo. Este desarrollo personalizado es la meta a perseguir en la educación. Esta es la tarea a la que se han de consagrar los profesores, los padres, los colegios y las leyes educativas.
Se podrá decir que es una utopía, que llevar a cabo semejante programa sería imposible, que requeriría un vuelco en los métodos educativos, una inversión económica ingente, y una implicación activa de todas las personas que intervienen en la educación de cada persona. Cierto. Sin duda. Indiscutible. Pero, ¿hay algo más bonito y que merezca más la pena?

                                                                                                 José Luis Quirós Saiz                                                                                 

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